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"Son ángeles que entregan dosis de amor que sirven para calmar los dolores del alma"

En el año 1.987 y por iniciativa de Mary Estebanez y Laura de la Loza, fue creado en nuestra ciudad el Voluntariado del Hospital Municipal.

La iniciativa perseguía como principal propósito acompañar a las personas internadas, brindándoles afecto y quedando a su entera disposición para la realización de mandados o pequeños trámites.

En su primera etapa se sumaron mujeres de distintas edades, conformando un grupo numeroso y entusiasta que llegó a contar con un total de 18 integrantes.

El paso del tiempo fue menguando la cantidad de personas dispuestas a esta tarea solidaria, también nuevos compromisos, imposibilidad horaria o simplemente el desgaste lógico de años de entrega llevó a la disolución de esta entidad sin fines de lucro y cuya base estaba cimentada en el amor al prójimo.

A pesar de estas circunstancias dos mujeres de aquella formación original se resisten a perder la condición de voluntarias y es así que semanalmente concurren al principal centro de salud pública local a prestar su colaboración, la que también desarrollan en el Geriátrico Municipal.

Una vez a la semana puntualmente llegan a un ámbito que conocen y recorren desde hace más de dos décadas.

Van cambiando los pacientes, pero se mantiene inalterable en ellas el compromiso de servicio y entrega.

Prolongadas resultan las charlas con personas imposibilitadas de trasladarse, también con muchas que están solas y sin parientes o amigos que las visiten.

Son ellas las que siempre encuentran motivos para entablar el dialogo, para contar detalles de la actualidad, para compartir largos viajes a través de los recuerdos o las anécdotas.

Las entretenidas conversaciones suelen mezclarse con la lectura de algún diario, revista o libro, en otros casos la radio acerca un tema musical que implica nostalgia o la televisión encendida permite ver las noticias del presente.

Cada siete días “las ultimas voluntarias” se visten con el uniforme que las identifica, el que en impecable condición mantienen.

Acomodan sus cosas y felices emprenden el camino hacia el destino conocido, cargando previamente en imaginarios y enormes bolsos elementos imprescindibles y a veces difíciles de conseguir: predisposición, paciencia y mucho cariño.

Dejan sus hogares convocadas por un inalterable espíritu de servicio, sus obligaciones quedan en segundo plano y solamente las guía una causa de servicio que no admite feriados, condiciones climáticas o estados de ánimo.

Algún familiar las traslada en su vehículo o en otros casos deben afrontar de su propio bolsillo los cinco pesos del remis que las traslada.

Saben que desde una cama alguien espera por la preciada visita, que otros aguardan con ansias el reencuentro, las palabras amigas, el abrazo o el beso sincero.

Muchas abuelas fueron acumulando durante la semana noticias, hechos y vivencias que esperan compartir con sus entrañables amigas de siempre.

Con expectativa marcada y particular ansiedad festejan la presencia de sus dos “fieles palomas mensajeras”, las mismas que en vuelo suave depositan su recado de esperanza entre solitarios y a veces olvidados pacientes.

Se intercambian las postales de la rutina del lugar que las alberga, con los colores y las imágenes que de la calle les acercan esas dos mujeres que han convertido a la voluntad en una razón de su vida.

Parecen no estar, pocos las pueden observar.

Una sola vez a la semana se sienten.

Cada 7 días renuevan la ilusión, dan paso a las fantasías, a los sueños, a las lágrimas y a las sonrisas de un puñado de enfermos o internados que esperan.

BetySuárez y Nelly Lizarrondo: “Ángeles de la guarda de rosa vestidos, van transitando por el Hospital y el Geriátrico, entregando dosis de amor que sirven para calmar los dolores del alma, para suturar las heridas del silencio, para mitigar la soledad, para acortar la impiadosa distancia del olvido.