Existen profesiones y trabajos que, por su complejidad, relación con la gente y características, resultan difíciles de desarrollar en comunidades pequeñas como la nuestra.
Algunas despiertan antipatía y hasta malestar cuando las decisiones tomadas afectan intereses individuales o grupales.
Ejercer el oficio de periodista, actuar de árbitro o ser policía suele tener desaprobación, críticas constantes y constituirse en un trabajo donde los reconocimientos escasean y los problemas abundan.
He de ocuparme de una de ellas atento a la fecha calendario de este 13 diciembre en que se celebra en todo el ámbito provincial “el día de la Policía”.
Varias definiciones populares se utilizan para hacer referencia despectiva a la profesión de guardianes del orden y la seguridad: desde el clásico “milico” que se desprende de las antiguas milicias y que servía tanto para identificar a un militar, soldado o agente, pasando por otros más arrabaleros o tangueros como “yuta o cana”, sin olvidar el clásico “botón” que también fue incorporado por la música ciudadana en aquella frase que además reflejaba una ubicación clásica en las calles porteñas “el botón de la esquina”.
En nuestros días con la aparición de una nueva expresión delictiva surgida a partir de los pibes chorros se usa mucho el término “rati”, que en realidad es un vocablo surgido desde el lunfardo.
Dejando de lado estas menciones de la calle he de referirme a la policía, con el rescate de algunos nombres y hechos hasta situarnos en el presente como pequeño homenaje ante la celebración próxima.
¿Qué se recuerda de los policías de antaño?
Las clásicas rondas a pie o a caballo y un silbato que cortaba la noche anunciando su presencia, también la dureza de muchos de ellos: serios, de pocas pulgas, pero decididos cuando de intervenir se trataba.
Unos marcaban respeto por presencia, otros simplemente por portar el uniforme en tiempos donde los delincuentes tenían códigos.
Algo nunca estaba en discusión, salvo excepciones: su honestidad; podría faltarles academia, carecer de gestos de cortesía pero pocos podían suponer de actos de corrupción.
Vuelven a mi memoria algunos nombres de épocas pasadas, varios de ellos fallecidos, otros ya retirados: “Chiquifredo”, Sanferreiter, Erbes, Carrizo, Machado, Marileo, Nicora, Manzanet, Basualdo (el papá de Coco y Cacho), Molina, Talou, Soler, los García: Jorge ya fallecido, Richard y el padre de ambos don Aníbal, que con sus actuales 93 años se constituye en el policía retirado de mayor edad.
Imposible de olvidar el sargento aquel que tantas anécdotas despertó: Vital Morales, que para todos era “el almóndiga”, tampoco al vasco Beguiristain, que folklóricamente la gente bautizó como “Bilistrai” (quizás porque era más fácil pronunciarlo) con su particular andar haciendo honor al apodo de chueco, prendido a un picado o haciéndose oír en algún boliche con su ronca voz.
Hubo uno que se destacó del resto y que dejó una marca imborrable en toda una generación: el comisario Enrique González. Cuantas veces escuchamos la repetida frase “no se casaba con nadie”, que pintaba una actitud recta e inmodificable de hacer cumplir las leyes.
De los ochenta algunos hechos trágicos: la muerte del joven agente Morales en el interior de la comisaría o aquel accidente de tránsito a la altura de Aparicio que cobró la vida de cuatro efectivos.
Tiempos en que el jinete Cañete se puso las pilchas policiales, en que dos amigos iniciaban su camino en las fuerzas como: Luis Salazar (el negro) y el hoy capitán Javier Yezzi, por entonces novato oficial.
También estaba un tal Ricardo Marcelo Solari, el mismo vecino inquieto que alejado de la función pública canaliza en el presente inquietudes a través de la participación y el compromiso ciudadano.
No puedo olvidarme de algunos de los actuales numerarios locales que ya habían iniciado su carrera, entre ellos estaba el hoy jubilado Hugo Gutiérrez al que su agitado corazón le adelantó el retiro, quizás también para disfrutar más su nuevo rol de abuelo.
Tampoco de los Rojas, uno dorreguense al que todos conocían como “Rojitas” y que se fue a Bahía Blanca, donde otros dorreguenses cumplen o cumplían funciones como José Luis Ordoñez o el negro Morales como lo conocíamos en el barrio. El otro Rojas provenía de Tres Arroyos y llegó como muchos: castigado a nuestra ciudad. Es poseedor de varias historias incluyendo una muy especial en este mismo estudio que alguna vez relataré.
Hubo comisarios y personal que equivocaron el camino, que se pasaron al otro bando, que no cumplieron el deber. Algunos están siendo juzgados, los hubo también destituidos.
Otros quedaron atrapados (en algunos casos injustamente) en purgas, reestructuraciones y decisiones ministeriales que pasaron de la “Mejor Policía del Mundo” de Duhalde, a la dureza y tiros de Ruckauf, hasta llegar a la Maldita bonaerense que pretendió desarticular León Arslanian.
Otros desarrollaron su carrera fuera de la ciudad y crecieron en sus jerarquías como: Litarelli (que alguna vez estuvo al frente de la Comisaría) o Pablo Correa, que tiene su domicilio entre nosotros.
Uno llegó de afuera y decidió quedarse aquí para consolidar su familia con Corrie (también policía) integrarse comunitariamente: el Comisario Oscar Ortiz.
Están los que sostienen que los tiempos han cambiado, que muchos hoy llegan por la estabilidad y el sueldo, que se perdió la vocación, que están faltando los policías de alma.
La realidad marca que son auxiliares de la justicia y responsables de velar por la vida y los bienes de la comunidad.
Que como en toda actividad están los buenos y los malos, hay mejores y peores. En definitiva trabajadores o profesionales cumpliendo una tarea difícil, compleja y traumática.
Sueldos y asistencia segura, no siempre el equipamiento es de los mejores, tampoco el adiestramiento.
Deben multiplicarse entre turnos asignados, custodias especiales, traslados, tareas preventivas, investigaciones y oficiar de carceleros (para lo cual no están preparados) ante la falta de lugares en las cárceles que convierte a las comisarías en mini alcaldías.
Como la plata nunca alcanza surgen obligatorias las guardias en los bancos o a través de las horas Cores realizando coberturas especiales de eventos.
Los francos resultan escasos y algunos corren de aquí para allá, mal dormidos, cansados en viajes constantes que imposibilitan la pertenencia.
Están también los que abusan de una estrategia difícil de eliminar: “las carpetas médicas”.
Un párrafo aparte para las mujeres policías, vecinas nuestras que eligieron un camino que en otros tiempos era impensado para ellas. Atentas en el trato, decididas en la acción y con la particularidad de poner el corazón en la emergencia y fundamentalmente el alma cuando son niños o mujeres las que sufren como victimas, muchas veces de una violencia familiar atroz.
Parecen muchos en la lista, resultan pocos para una tarea que permita una cobertura acorde, máxime si se consideran las más de 500 mil hectáreas con que cuenta el distrito.
La familia sufre las tantas ausencias, momentos claves que muchas veces no pueden compartirse, también los riesgos de la profesión como los accidentes o enfrentamientos armados. Se está siempre cerca de la frontera que separa a la vida de la muerte; en otros casos propensos a denuncias (reales y de las otras) o sanciones.
Están los que en arresto domiciliario esperan resoluciones de las causas que los afectan, de las cuales dicen ser inocentes.
Sé de llantos de madres, esposas e hijos. De largas esperas, de festejos inconclusos, de criticas que hieren.
Son Policías: queridos y odiados… respetados y desprestigiados… buenos y malos funcionarios…hombres y mujeres… necesarios cuando se reclaman soluciones, inoportunos cuando nos pescan infraganti.
La actividad periodística permite un contacto permanente con muchos de ellos, no siempre la relación resulta buena.
Justo es destacar que la impronta puesta por un siempre predispuesto y locuaz Capitán Giussia otorgó puertas abiertas en forma constante, de igual modo merece destacarse la atildada presencia y respetuoso trato del jefe distrital Capitán Rincón.
Los fines de semana existen los mayores problemas para obtener información, una cuestión que debería resolverse por el bien del positivo diálogo que existe, pero fundamentalmente para que el público tenga la información en tiempo y forma.
No pretendemos la prioridad, tampoco la primicia, tampoco que se deje de cumplir con las obligaciones asignadas de “servir a la comunidad”, pero no es menos cierto que el rol comunicador de los medios exige inmediatez y respeto.
En un año complejo y traumático para Coronel Dorrego han sido muchas las respuestas dadas por la Policía local, que a pesar del escaso personal con que cuenta y la falta de medios acordes ha estado al lado de la gente.
No es menos cierto que hay casos irresueltos, que se necesita de mayor presencia en la calle, que deben profundizarse las estrategias preventivas para evitar que el delito se concrete, que mayores policías locales o que fijen residencia aquí garantizará mejores coberturas y la puesta de la camiseta dorreguense permitirá que se integren de mejor forma al resto de la comunidad.
Tampoco debe ignorarse que si bien Dorrego no es la panacea y al margen de los datos estadísticos (siempre discutibles) la sensación indica que estamos mucho mejor que otros distritos vecinos en materia de seguridad, lo que lejos de conformar a las autoridades deberá comprometerlos para no apartarse de este caminos y profundizar acciones para transformar la sensación en positiva certeza, donde los vecinos y la dirigencia política tampoco pueden quedar al margen en la resolución de un tema que involucra al conjunto.
Como pequeño testimonio de reconocimiento y para que se tenga en cuenta un día que habitualmente pasa desapercibido y tras agradecer la colaboración prestada por el Sargento y amigo Néstor Pérez (Paco) y el Oficial Ezequiel Rodríguez pongo a consideración de ustedes los nombres que componen la estructura policial local, se trata de los hombres y mujeres que tienen la responsabilidad de nuestra seguridad.
Algunas despiertan antipatía y hasta malestar cuando las decisiones tomadas afectan intereses individuales o grupales.
Ejercer el oficio de periodista, actuar de árbitro o ser policía suele tener desaprobación, críticas constantes y constituirse en un trabajo donde los reconocimientos escasean y los problemas abundan.
He de ocuparme de una de ellas atento a la fecha calendario de este 13 diciembre en que se celebra en todo el ámbito provincial “el día de la Policía”.
Varias definiciones populares se utilizan para hacer referencia despectiva a la profesión de guardianes del orden y la seguridad: desde el clásico “milico” que se desprende de las antiguas milicias y que servía tanto para identificar a un militar, soldado o agente, pasando por otros más arrabaleros o tangueros como “yuta o cana”, sin olvidar el clásico “botón” que también fue incorporado por la música ciudadana en aquella frase que además reflejaba una ubicación clásica en las calles porteñas “el botón de la esquina”.
En nuestros días con la aparición de una nueva expresión delictiva surgida a partir de los pibes chorros se usa mucho el término “rati”, que en realidad es un vocablo surgido desde el lunfardo.
Dejando de lado estas menciones de la calle he de referirme a la policía, con el rescate de algunos nombres y hechos hasta situarnos en el presente como pequeño homenaje ante la celebración próxima.
¿Qué se recuerda de los policías de antaño?
Las clásicas rondas a pie o a caballo y un silbato que cortaba la noche anunciando su presencia, también la dureza de muchos de ellos: serios, de pocas pulgas, pero decididos cuando de intervenir se trataba.
Unos marcaban respeto por presencia, otros simplemente por portar el uniforme en tiempos donde los delincuentes tenían códigos.
Algo nunca estaba en discusión, salvo excepciones: su honestidad; podría faltarles academia, carecer de gestos de cortesía pero pocos podían suponer de actos de corrupción.
Vuelven a mi memoria algunos nombres de épocas pasadas, varios de ellos fallecidos, otros ya retirados: “Chiquifredo”, Sanferreiter, Erbes, Carrizo, Machado, Marileo, Nicora, Manzanet, Basualdo (el papá de Coco y Cacho), Molina, Talou, Soler, los García: Jorge ya fallecido, Richard y el padre de ambos don Aníbal, que con sus actuales 93 años se constituye en el policía retirado de mayor edad.
Imposible de olvidar el sargento aquel que tantas anécdotas despertó: Vital Morales, que para todos era “el almóndiga”, tampoco al vasco Beguiristain, que folklóricamente la gente bautizó como “Bilistrai” (quizás porque era más fácil pronunciarlo) con su particular andar haciendo honor al apodo de chueco, prendido a un picado o haciéndose oír en algún boliche con su ronca voz.
Hubo uno que se destacó del resto y que dejó una marca imborrable en toda una generación: el comisario Enrique González. Cuantas veces escuchamos la repetida frase “no se casaba con nadie”, que pintaba una actitud recta e inmodificable de hacer cumplir las leyes.
De los ochenta algunos hechos trágicos: la muerte del joven agente Morales en el interior de la comisaría o aquel accidente de tránsito a la altura de Aparicio que cobró la vida de cuatro efectivos.
Tiempos en que el jinete Cañete se puso las pilchas policiales, en que dos amigos iniciaban su camino en las fuerzas como: Luis Salazar (el negro) y el hoy capitán Javier Yezzi, por entonces novato oficial.
También estaba un tal Ricardo Marcelo Solari, el mismo vecino inquieto que alejado de la función pública canaliza en el presente inquietudes a través de la participación y el compromiso ciudadano.
No puedo olvidarme de algunos de los actuales numerarios locales que ya habían iniciado su carrera, entre ellos estaba el hoy jubilado Hugo Gutiérrez al que su agitado corazón le adelantó el retiro, quizás también para disfrutar más su nuevo rol de abuelo.
Tampoco de los Rojas, uno dorreguense al que todos conocían como “Rojitas” y que se fue a Bahía Blanca, donde otros dorreguenses cumplen o cumplían funciones como José Luis Ordoñez o el negro Morales como lo conocíamos en el barrio. El otro Rojas provenía de Tres Arroyos y llegó como muchos: castigado a nuestra ciudad. Es poseedor de varias historias incluyendo una muy especial en este mismo estudio que alguna vez relataré.
Hubo comisarios y personal que equivocaron el camino, que se pasaron al otro bando, que no cumplieron el deber. Algunos están siendo juzgados, los hubo también destituidos.
Otros quedaron atrapados (en algunos casos injustamente) en purgas, reestructuraciones y decisiones ministeriales que pasaron de la “Mejor Policía del Mundo” de Duhalde, a la dureza y tiros de Ruckauf, hasta llegar a la Maldita bonaerense que pretendió desarticular León Arslanian.
Otros desarrollaron su carrera fuera de la ciudad y crecieron en sus jerarquías como: Litarelli (que alguna vez estuvo al frente de la Comisaría) o Pablo Correa, que tiene su domicilio entre nosotros.
Uno llegó de afuera y decidió quedarse aquí para consolidar su familia con Corrie (también policía) integrarse comunitariamente: el Comisario Oscar Ortiz.
Están los que sostienen que los tiempos han cambiado, que muchos hoy llegan por la estabilidad y el sueldo, que se perdió la vocación, que están faltando los policías de alma.
La realidad marca que son auxiliares de la justicia y responsables de velar por la vida y los bienes de la comunidad.
Que como en toda actividad están los buenos y los malos, hay mejores y peores. En definitiva trabajadores o profesionales cumpliendo una tarea difícil, compleja y traumática.
Sueldos y asistencia segura, no siempre el equipamiento es de los mejores, tampoco el adiestramiento.
Deben multiplicarse entre turnos asignados, custodias especiales, traslados, tareas preventivas, investigaciones y oficiar de carceleros (para lo cual no están preparados) ante la falta de lugares en las cárceles que convierte a las comisarías en mini alcaldías.
Como la plata nunca alcanza surgen obligatorias las guardias en los bancos o a través de las horas Cores realizando coberturas especiales de eventos.
Los francos resultan escasos y algunos corren de aquí para allá, mal dormidos, cansados en viajes constantes que imposibilitan la pertenencia.
Están también los que abusan de una estrategia difícil de eliminar: “las carpetas médicas”.
Un párrafo aparte para las mujeres policías, vecinas nuestras que eligieron un camino que en otros tiempos era impensado para ellas. Atentas en el trato, decididas en la acción y con la particularidad de poner el corazón en la emergencia y fundamentalmente el alma cuando son niños o mujeres las que sufren como victimas, muchas veces de una violencia familiar atroz.
Parecen muchos en la lista, resultan pocos para una tarea que permita una cobertura acorde, máxime si se consideran las más de 500 mil hectáreas con que cuenta el distrito.
La familia sufre las tantas ausencias, momentos claves que muchas veces no pueden compartirse, también los riesgos de la profesión como los accidentes o enfrentamientos armados. Se está siempre cerca de la frontera que separa a la vida de la muerte; en otros casos propensos a denuncias (reales y de las otras) o sanciones.
Están los que en arresto domiciliario esperan resoluciones de las causas que los afectan, de las cuales dicen ser inocentes.
Sé de llantos de madres, esposas e hijos. De largas esperas, de festejos inconclusos, de criticas que hieren.
Son Policías: queridos y odiados… respetados y desprestigiados… buenos y malos funcionarios…hombres y mujeres… necesarios cuando se reclaman soluciones, inoportunos cuando nos pescan infraganti.
La actividad periodística permite un contacto permanente con muchos de ellos, no siempre la relación resulta buena.
Justo es destacar que la impronta puesta por un siempre predispuesto y locuaz Capitán Giussia otorgó puertas abiertas en forma constante, de igual modo merece destacarse la atildada presencia y respetuoso trato del jefe distrital Capitán Rincón.
Los fines de semana existen los mayores problemas para obtener información, una cuestión que debería resolverse por el bien del positivo diálogo que existe, pero fundamentalmente para que el público tenga la información en tiempo y forma.
No pretendemos la prioridad, tampoco la primicia, tampoco que se deje de cumplir con las obligaciones asignadas de “servir a la comunidad”, pero no es menos cierto que el rol comunicador de los medios exige inmediatez y respeto.
En un año complejo y traumático para Coronel Dorrego han sido muchas las respuestas dadas por la Policía local, que a pesar del escaso personal con que cuenta y la falta de medios acordes ha estado al lado de la gente.
No es menos cierto que hay casos irresueltos, que se necesita de mayor presencia en la calle, que deben profundizarse las estrategias preventivas para evitar que el delito se concrete, que mayores policías locales o que fijen residencia aquí garantizará mejores coberturas y la puesta de la camiseta dorreguense permitirá que se integren de mejor forma al resto de la comunidad.
Tampoco debe ignorarse que si bien Dorrego no es la panacea y al margen de los datos estadísticos (siempre discutibles) la sensación indica que estamos mucho mejor que otros distritos vecinos en materia de seguridad, lo que lejos de conformar a las autoridades deberá comprometerlos para no apartarse de este caminos y profundizar acciones para transformar la sensación en positiva certeza, donde los vecinos y la dirigencia política tampoco pueden quedar al margen en la resolución de un tema que involucra al conjunto.
Como pequeño testimonio de reconocimiento y para que se tenga en cuenta un día que habitualmente pasa desapercibido y tras agradecer la colaboración prestada por el Sargento y amigo Néstor Pérez (Paco) y el Oficial Ezequiel Rodríguez pongo a consideración de ustedes los nombres que componen la estructura policial local, se trata de los hombres y mujeres que tienen la responsabilidad de nuestra seguridad.