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La mujer de cuatro nombres y un único compromiso: dar. Por Hugo César Segurola

Un día como hoy de hace 70 años se producía la feliz llegada de una niña, despertando alegría plena en la casa que habitaban Amelia y Leoncio.

El tradicional comercio que por entonces se dedicaba a la venta de diarios, revistas, lotería y cigarrillos, contenía también el domicilio particular de la familia que lo habitaba.

Sin lugar a dudas que este sitio de Calle San Martín al 700 es un lugar que guarda porciones de nuestra historia, porque fue allí donde don Anacleto González y un entusiasta grupo de muchachos, concretaron el 14 de setiembre de 1.923 la reunión que permitió el nacimiento del club Independiente.

Pero volviendo al acontecimiento social con el que comenzó a desarrollarse esta nota editorial, debo decir de aquella niña nacida el 8 de julio de 1.939, que aunque desde años se la conozca con un solo nombre, suma tres más en un documento que casi se quedó sin espacio para identificarla.

El matrimonio Aldea no ahorró motivos en el momento de elegir sus nombres: Pilar Amelia Isabel Manuela, llamaron a la primogénita.

El primero de ellos en recuerdo de una tía que había adoptado los hábitos, el segundo coincidía con el nombre de su madre, el tercero como homenaje a Santa Isabel y el último para tener presente a una de sus abuelas.

Pilar cursó sus estudios primarios en el Colegio San José, pasando posteriormente al viejo Colegio Nacional, donde egresaría del anexo Comercial.

Ese establecimiento educativo se convirtió en un lugar de constante presencia, desempeñándose como Docente en las áreas de Dactilografía, Contabilidad y Taquigrafía.

La carencia de un título habilitante no fue impedimento para el desarrollo de su tarea, supliendo la falta de formación académica, con enorme entrega, mensajes claros y el dictado de clases llenas de amor y respeto, que aún hoy se recuerdan.

Formada en una familia de profunda fe, desde niña se acercó a la Parroquia “La Inmaculada”, lugar donde comenzó a abrazar las causas sociales, interesándose por los más desprotegidos.

Ya de joven acompañó a su madre en distintas tareas en la sede del Hogar de Ancianos.

Acostumbrada a dar amor a los demás, un día sintió la necesidad también de recibirlo, uniendo por siempre su vida a Omar Menna (Pato).

Larga fue la espera para llegar al matrimonio, hecho consumado luego de los varios años de sacrificio que demandó la construcción de la casa propia.

Fernando y María Teresa completaron el grupo, al que se agregó Noralí primero y más tarde sus dos queridas nietas: Lucía y Agustina.

Quizás interpretando como pocas el mensaje de Teresa de Calcuta, un día decidió asumir un compromiso de servicio llamado Carita´s, poniendo en cada actitud el cuerpo y el alma, “dando hasta que duela”.

Su andar se dificulta en el tránsito diario y son desordenados sus pasos, es que no resulta fácil llevar consigo la mochila del frío, el hambre, la falta de empleo, la marginalidad y la indiferencia.

La solidaridad no tiene horas, domicilios, ni días prefijados.

Muchas veces debe abrir la puerta de su casa en calle España, del otro lado alguien espera, reclama o simplemente pide.

No conoce de agendas, feriados o teléfono colgado.

No acepta las sugerencias que le indican ordenar su tiempo, priorizar su vida y sus afectos.

En el local de calle Italia donde se siente plena, donde comparte con un racimo de mujeres la maravillosa tarea del servicio social.

Ordenan enormes pilas de ropa, seleccionan con paciencia mantas, pantalones, camperas y abrigos varios.

Dividen las prendas por edades y sexos, la mayoría se dan, otras tienen el costo de moneditas que acumulan para seguir dando.

Conocen de memoria a cada familia, saben de sus hijos, de sus dolores, de sus miserias, también de sus pocas alegrías.

Saben de separaciones, de parejas nuevas, de niñas que son madres, de padres ausentes, de hogares quebrados.

Donaciones que llegan, ahorros que se estiran y campañas anuales que permiten comprar mercadería, remedios, pasajes y en los días del invierno, suministrar leña, garrafas o querosén.

Los cargos no importan en Cáritas y ella lo sabe.

Los compromisos existen siempre, también la responsabilidad de servir.

Por esos a veces aparece en los medios pidiendo para otros: un colchón, una estufa, un ropero, algunos cubiertos, una cama o una heladera.

Viniendo de su boca la convocatoria, las respuestas son inmediatas. Y es ella misma la que a veces carga en su auto o antes en la camioneta de José, cada uno de los elementos que despertarán una sonrisa y una esperanza en un hogar dorreguense.

Pilar: voz suave, mirada buena, andar inconfundible.

Pilar: firme y decidida en la batalla contra la miseria.

Pilar: sabedora (como pocas) de los dolores que siente el que pide y espera.

Pilar: ejerce su actitud de servicio sin condicionamientos, sin favores a cambio, sin pedir referencias, sin aceptar reverencias, sin necesidad de audiencias.

Pilar: la que escucha y aconseja, la que acompaña sueños, la que comparte las dolorosas heridas de la crisis.

Pilar: la que pone voz a la pobreza, oído a las angustias ajenas.

Pilar: la que escucha el timbre de la conciencia, la que resuelve hoy, la que no sabe pronunciar: “vuelvan mañana”.

Pilar: la que teje ilusiones entre lanas de colores y el negro de una realidad que asusta.

Pilar: la que se da tiempo para disfrutar su pasión de música en el Coro Romance.

Pilar: la que cantó feliz en el homenaje a Santina y a Teatro lleno.

Pilar: la que sigue aprendiendo, hace un tiempo: clases de Órgano en la Casa de la Cultura, hoy: Computación, para no perder el tren de la modernidad.

La hija de Leoncio y Amelia.

La mayor de los 5 hermanos Aldea.

Pilar Amelia Isabel Manuela Aldea, simplemente Pilar.

Practicante de la vida.

Heredera de la solidaridad.

Abanderada de la bondad.

Embajadora itinerante de Dios en la tierra…