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"Una señora…sin calendarios y sin nombre" Escribe Hugo César Segurola

Es en la calle, en la cita con amigas a la hora del te, en la reunión familiar, en un acto cultural, en el Teatro como espectadora o puertas adentro de su enorme casa: “una bella señora”, una mujer moldeada en la distinción y el buen gusto.

No oculta la edad, tampoco guarda bajo cerrojos el documento; es que los almanaques de la vida disimulan su inexorable paso en un rostro que parece no envejecer, en un espíritu que se percibe joven y pleno… a pesar de todo.

Nació aquí y fue el barrio de la estación el que albergó días de la niñez, compartidos entre juegos e ilusiones, momentos felices de la infancia junto a hermanos y amigos, con el soporte afectivo y protector de su familia.

La estructura poblacional del lugar varió sustancialmente y resultan pocos los que recuerdan sus días de “carbonilla o estación”. Hace años que dejó atrás su geografía de calles de tierra, de una Escuela 7 poblada de chicos y de tardecitas junto al andén a la espera de un tren de pasajeros, que desde hace tiempo solo es grato recuerdo.

Se fue un día lejano hacia el asfalto, próximo al centro; pero allí en “el Centenario” tiene motivos permanentes para la nostalgia y para el orgullo grande que significa ver en la salita de primeros auxilios el nombre de su eterno compañero, de su imperecedero amor…

¿Quién no recuerda a su respetado esposo?

¿Quién puede olvidar aquel médico de ayer, de gestos buenos, de puertas siempre abiertas?

¿Quién no añora aquel doctor que ingresaba de igual modo a las casas ricas y a los ranchos pobres?

Fue decidida compañera de “Cholo”, comprendiendo su decisión de vida, su desprendimiento sincero, su poco apego al dinero, su vocación profesional las 24 horas del día.

Fue esposa y amiga.

Fue contenedora, comprensiva y también fiel custodia de un cariño eterno.

Fue y sigue siendo madre a pesar de su condición de abuela y bisabuela.

Fue muralla protectora ante los embates dolorosos que impactaron en el cuerpo de Paula, inamovible enfermera en la larga vigilia, gestora constante en la búsqueda desesperada de órganos vitales que pudieran prolongar la existencia de su hija menor.

Después de la alegría por la nueva vida, hace poco el dolor golpeó a su puerta dejando insoportable tristeza, esa que solo pueden sentir y describir quienes pierden un hijo.

En el arte encontró un remanso para tantos días de soledad, para las grietas que en el alma dejaron las tormentas del dolor.

Alguna vez en 1.956 había comenzado a dibujar, siguiendo los consejos y lecciones del inolvidable maestro Del Rió.

Cuarenta años después, en 1.996 sintió necesidad de seguir adquiriendo conocimientos; renovadas ganas de volver a la paleta, a la elección de paisajes, a dibujar rostros, a dar prioridad en su línea a las mujeres de un solo color (negras).

El elegido esta vez fue el reconocido artista tresarroyense Dany Duel, responsable además de motivarla a participar en muestras colectivas e individuales, formando sus trabajos parte de distintas exposiciones, como: Buenos Aires, Mar del Plata, Coronel Pringles, La Plata y Tres Arroyos.

En más de una ocasión la Casa de la Cultura de Coronel Dorrego se encargó de recibir sus obras.

Dibujos, técnicas mixtas donde se mezclan el lápiz, la tinta y el collage y atractivos oleos forman parte de sus exposiciones.

Desde el atelier ubicado en su casa sus manos trazan nuevos paisajes y rostros.

En retratos, líneas y dibujos queda su impronta, en la belleza del arte sucumben las lágrimas vivas de una pena que se resiste a partir.

En una frase que alguna vez entregó y que guardo todavía, está grabado el mensaje de sus sentimientos: “Estoy en este destiempo, al acecho de algún momento en blanco. Entonces pinto, tratando de renacer desde algún color, un trazo, una sombra”.

Cuando traspone la puerta de su casa.

Cuando se ubica al volante de su vehiculo.

Cuando se mezcla con los vecinos en la calle.

Entre todas: se distingue.

Ataviada como pocas: trajecitos a medida, faldas acordes, camisas al tono, abrigos según la ocasión y en todos los casos, colores que enaltecen su figura; bijouterie nunca excesiva, siempre acorde. Elementos indispensables que están en el guardarropa, que se amoldan a la perfección en su esbelta figura.

Muchos no conocen su nombre, algunos ya no lo recuerdan.

Ocurre que en el padrón del folklore pueblerino, no solo el nombre, perdió hasta la identidad del apellido.

“Tití” Loydi: esposa, madre, artista y por sobre todas las cosas, “Señora”.