¿Cuál ha sido hasta el presente el aporte más trascendente para la industria de Coronel Dorrego?
¿Quién ha resultado el principal actor desde la faz privada para posicionar el nombre de nuestro pueblo en el mundo?
¿El esfuerzo y la entrega de notorios emprendedores no amerita alguna vez un testimonio comunitario?
A partir de estos interrogantes he de contar sucintamente la rica y positiva historia de un hombre.
Que no fue político.
Que no se caracterizó por contar sus logros o mostrar sus éxitos.
Que no aparecía en las fotos o las entrevistas periodísticas.
Que no sólo por su altura, sino por su convicciones: fue dueño de un inalterable, perfil bajo.
Un hombre que había nacido en Tres Arroyos, que muy joven había cruzado El Quequén para afincarse de este lado del rio.
Un hombre que con edad de pibe (20 años), comenzó en setiembre de 1.952 a construir una idea que -a no dudar- produciría un antes y un después en la industria local y regional.
A partir de su visionaria mente, sus manos transformaron las ideas en acciones concretas y decididas que le permitieron a forjar su futuro a partir del trabajo. La creatividad y el conocimiento le permitieron abrir una puerta inimaginable al progreso.
En aquellos tiempos la incipiente empresa orientó sus actividades a la fabricación de repuestos y auto partes para el sector automotriz y agrícola, optando por el sur bonaerense y la Patagonia como puntos de comercialización.
La crisis petrolera producida en 1.973, despertó en él nuevos desafíos, entre ellos uno determinado: reemplazar los combustibles tradicionales por otros alternativos, como el gas. A partir de allí se abocó a la fabricación de los primeros equipos en serie.
GNC Salustri pasó a ubicarse en un lugar de privilegio, dejando ya su condición regional para instalarse primero en el contexto del país y luego en el mundo.
La inserción internacional que incluyó a los cinco continentes, motivó constantes viajes, visitas de empresarios de distintos países a nuestra ciudad. También produjo un marcado crecimiento de la mano de obra lugareña.
Constituida en una empresa líder, logró por méritos propios, el trascendente aval a sus productos, mediante la obtención del certificado de calidad de las normas ISO.
Sumó profesionales a las filas de sus empleados, muchos otros debieron perfeccionarse, incluso familiarizarse con los viajes en avión, con las costumbres de exóticos países y adaptarse a varios idiomas.
Vehículos de Bolivia, Brasil, Perú, Venezuela, Colombia, Cuba, Canadá. Estados Unidos, Trinidad y Tobago, Méjico, Dinamarca, Hungría, Polonia, Italia, China, Australia, Bangla Desh, entre otros países, llevan a diario la marca de “nuestra empresa”.
Las instalaciones de la entonces Avenida Roca (hoy Santagada) quedaron pequeñas, debiendo trasladar parte de su estructura hacia uno de los accesos a la ciudad.
Fueron muchas las propuestas para mudarse fuera de la provincia, incluso llegaron invitaciones de afincamiento en el exterior. Nada hizo cambiar de parecer a su creador, aún y a riesgo de perder mercados o posibilidades, estaba decidido a no mudarse, fiel al compromiso asumido con el distrito que le había dado cobijo.
Aquella postura fue mantenida por sus hijos, María Rosa y Gustavo, herederos de una historia industrial que obliga a aguzar el ingenio para enfrentar las dificultades del presente.
La crisis internacional tuvo su impacto en la estructura de la fábrica, debiendo adoptarse la nada fácil decisión de cesantear parte de su personal. Aún y a pesar de estas circunstancias, siguen resistiendo a los embates económicos y financieros con la firme consigna de no claudicar, de poder seguir soportando la furia de imprevisibles tempestades.
Siguen el camino trazado por su padre, el hombre aquel que estaba positivamente “empecinado” por crecer.
Como quizás no exista nunca una calle que lo recuerde, tampoco un sitio público que testimonie su trascendente aporte, es oportuno transmitir el mensaje a las nuevas generaciones que con esfuerzo se puede, que sepan que “los éxitos largos no se consiguen con pasos cortos”.
Que tengan en cuenta que no todos pueden ser médicos, abogados o profesionales, que también vestidos con un mameluco o pilchas de obreros se pueden construir esperanzas y acariciar sueños.
Es necesario que en el repaso de nuestra historia local, los hombres del común también tengan un capitulo. Que no existan proscriptos, que “se guarde un lugarcito de memoria” para aquellos que aportaron sin ser políticos…
Aldo Salustri: obrero transformado en empresario.
Aldo Salustri: empresario vestido con la sencillez del obrero.
Aldo Salustri: no fue político, tampoco funcionario, fue simplemente un buen vecino.
Aldo Salustri: prefirió el silencio humilde a los gritos soberbios de “los enfermos de importancia”.
Aldo Salustri: el dueño de la fábrica, el del saludo tímido, el de la charla amena.
Aldo Salustri: el que decidió vivir sus últimos años en soledad, custodiando (desde lo alto) sus tornos, sus maquinas y su gente. El que retornada siempre de Monte Hermoso, para no perder su costumbre de trabajo.
Aunque no era amigo de los elogios o las distinciones.
Aunque los testimonios prosigan siendo selectivos.
Aunque no exista más referencia a su obra, que su obra misma, en “el nomenclador de la memoria” de muchos dorreguenses estará por siempre el reconocimiento a Aldo Salustri, al hombre que más significativa contribución hizo a la industria de un pueblo, que no era el suyo…
¿Quién ha resultado el principal actor desde la faz privada para posicionar el nombre de nuestro pueblo en el mundo?
¿El esfuerzo y la entrega de notorios emprendedores no amerita alguna vez un testimonio comunitario?
A partir de estos interrogantes he de contar sucintamente la rica y positiva historia de un hombre.
Que no fue político.
Que no se caracterizó por contar sus logros o mostrar sus éxitos.
Que no aparecía en las fotos o las entrevistas periodísticas.
Que no sólo por su altura, sino por su convicciones: fue dueño de un inalterable, perfil bajo.
Un hombre que había nacido en Tres Arroyos, que muy joven había cruzado El Quequén para afincarse de este lado del rio.
Un hombre que con edad de pibe (20 años), comenzó en setiembre de 1.952 a construir una idea que -a no dudar- produciría un antes y un después en la industria local y regional.
A partir de su visionaria mente, sus manos transformaron las ideas en acciones concretas y decididas que le permitieron a forjar su futuro a partir del trabajo. La creatividad y el conocimiento le permitieron abrir una puerta inimaginable al progreso.
En aquellos tiempos la incipiente empresa orientó sus actividades a la fabricación de repuestos y auto partes para el sector automotriz y agrícola, optando por el sur bonaerense y la Patagonia como puntos de comercialización.
La crisis petrolera producida en 1.973, despertó en él nuevos desafíos, entre ellos uno determinado: reemplazar los combustibles tradicionales por otros alternativos, como el gas. A partir de allí se abocó a la fabricación de los primeros equipos en serie.
GNC Salustri pasó a ubicarse en un lugar de privilegio, dejando ya su condición regional para instalarse primero en el contexto del país y luego en el mundo.
La inserción internacional que incluyó a los cinco continentes, motivó constantes viajes, visitas de empresarios de distintos países a nuestra ciudad. También produjo un marcado crecimiento de la mano de obra lugareña.
Constituida en una empresa líder, logró por méritos propios, el trascendente aval a sus productos, mediante la obtención del certificado de calidad de las normas ISO.
Sumó profesionales a las filas de sus empleados, muchos otros debieron perfeccionarse, incluso familiarizarse con los viajes en avión, con las costumbres de exóticos países y adaptarse a varios idiomas.
Vehículos de Bolivia, Brasil, Perú, Venezuela, Colombia, Cuba, Canadá. Estados Unidos, Trinidad y Tobago, Méjico, Dinamarca, Hungría, Polonia, Italia, China, Australia, Bangla Desh, entre otros países, llevan a diario la marca de “nuestra empresa”.
Las instalaciones de la entonces Avenida Roca (hoy Santagada) quedaron pequeñas, debiendo trasladar parte de su estructura hacia uno de los accesos a la ciudad.
Fueron muchas las propuestas para mudarse fuera de la provincia, incluso llegaron invitaciones de afincamiento en el exterior. Nada hizo cambiar de parecer a su creador, aún y a riesgo de perder mercados o posibilidades, estaba decidido a no mudarse, fiel al compromiso asumido con el distrito que le había dado cobijo.
Aquella postura fue mantenida por sus hijos, María Rosa y Gustavo, herederos de una historia industrial que obliga a aguzar el ingenio para enfrentar las dificultades del presente.
La crisis internacional tuvo su impacto en la estructura de la fábrica, debiendo adoptarse la nada fácil decisión de cesantear parte de su personal. Aún y a pesar de estas circunstancias, siguen resistiendo a los embates económicos y financieros con la firme consigna de no claudicar, de poder seguir soportando la furia de imprevisibles tempestades.
Siguen el camino trazado por su padre, el hombre aquel que estaba positivamente “empecinado” por crecer.
Como quizás no exista nunca una calle que lo recuerde, tampoco un sitio público que testimonie su trascendente aporte, es oportuno transmitir el mensaje a las nuevas generaciones que con esfuerzo se puede, que sepan que “los éxitos largos no se consiguen con pasos cortos”.
Que tengan en cuenta que no todos pueden ser médicos, abogados o profesionales, que también vestidos con un mameluco o pilchas de obreros se pueden construir esperanzas y acariciar sueños.
Es necesario que en el repaso de nuestra historia local, los hombres del común también tengan un capitulo. Que no existan proscriptos, que “se guarde un lugarcito de memoria” para aquellos que aportaron sin ser políticos…
Aldo Salustri: obrero transformado en empresario.
Aldo Salustri: empresario vestido con la sencillez del obrero.
Aldo Salustri: no fue político, tampoco funcionario, fue simplemente un buen vecino.
Aldo Salustri: prefirió el silencio humilde a los gritos soberbios de “los enfermos de importancia”.
Aldo Salustri: el dueño de la fábrica, el del saludo tímido, el de la charla amena.
Aldo Salustri: el que decidió vivir sus últimos años en soledad, custodiando (desde lo alto) sus tornos, sus maquinas y su gente. El que retornada siempre de Monte Hermoso, para no perder su costumbre de trabajo.
Aunque no era amigo de los elogios o las distinciones.
Aunque los testimonios prosigan siendo selectivos.
Aunque no exista más referencia a su obra, que su obra misma, en “el nomenclador de la memoria” de muchos dorreguenses estará por siempre el reconocimiento a Aldo Salustri, al hombre que más significativa contribución hizo a la industria de un pueblo, que no era el suyo…