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"De profesión equilibrista: más que profesor, artista; con vicios de soñador". Por Hugo César Segurola

Particular costumbre de estos pueblos donde los motes adquieren la condición de nombres, donde el supuesto y el chisme pasan a convertirse en verdad absoluta; especiales formas de observar a los demás: raros unos, distintos otros y están también aquellos… a los que llamamos “locos”.

Fue durante años transeúnte rutinario de las tardes de cada día, cuando después de las cinco emprendía un recorrido que no sabía de variantes, que comenzaba por calle Italia hasta tomar San Martín, con descanso obligado en lo de su amigo José (Aldea) y, luego los pasos hacia el club de siempre: Independiente.

Inconfundible su figura: entrecana barba, anteojos, una mirada que se pierde a lo lejos, un cigarrillo que es costumbre y un montón de pasos para pequeños recorridos, andar que surge desordenado, inseguro y, sometido a la traicionera lentitud del presente.

Lejanos días de ayer cuando los ímpetus juveniles y “los sueños de
Montreal” lo lanzó a las aguas de la aventura en el “Marbrava”; se mojaron con las olas de la larga travesía y anclaron con un pasaje gratis, un pasaporte recién firmado, tres valijas y apenas 20 pesos en la Alemania “amurada” de los 70…

Hubo sueños que se partieron en pedazos.

“El Principito” que imaginaba en las noches de vigilia en su solitario camarote, terminó custodiado, medicado, entre rejas y rodeado de extraños.

Y un día volvió “con la frente marchita”, con el dolor por los golpes, con el cuerpo aún fuerte, pero con el alma atravesada por los lanzazos del fracaso.

Unos pocos lo esperaron, algunos lo comprendieron y aquel puñado de fieles seguidoras de cada clase, admiradoras de sus “mortales” y mágicas cabriolas…lo abandonaron para siempre.

Profesor, amigo, confidente, compinche, maestro, personaje de un libro todavía sin escribir.

Autor con publicaciones casi anuales, aforismos con mensajes profundos, con la marca de su particular sentir: la palabra breve para ganarle espacio al tiempo, para decir muchas cosas ahorrando procedimientos.

¿Cuántas fueron? ¿Cuántos fueron?

Seguramente cientos los alumnos que pasaron por sus clases, que quedaron prendados de las virtudes del maestro, que no olvidaron nunca al hombre que a diario desafiaba desde su osadía y en soledad… la supremacía de “los normales”.

Sus días siempre fueron a contramano de los horarios del resto, su existencia transcurre en noches largas de insomnio, meditación o profundas charlas con circunstanciales visitantes, donde se mezcla el teatro, la gimnasia, el cine, la música, la actualidad y las historias que guarda de tantas mujeres (y amigas) de “la noche”.

¿Cómo serán los sueños de los que duermen de mañana?

¿Cómo serán los días sin un reloj que apure, sin una agenda que marque pautas, sin un despertador que llame?

Las respuestas las guarda bajo llave, las pone a distancia de los inquisidores… partirán con él.

La bombilla busca hacer equilibrio en un mate que no sabe de pausas, que se “lava” de mano en mano, que funde su verde en el gris dominante del humo de un cigarrillo siempre encendido.

Cuando se apagan las voces queda el silencio amigo.

La mente en su gimnasia diaria acepta el desafío de una nueva vertical (literaria) y en el papel van quedando reflexiones, vivencias, historias, momentos y muchos nombres.

Las largas caminatas playeras por Monte Hermoso junto a Jorge Chiaradìa, contándole de la partida (que quedó trunca), a Brasil.

Con “Pepe” Aldea y sus lagrimas en la Términal, antes del viaje que lo llevaría a Buenos Aires, paso previo de su destino germano.

Con “los Rodríguez” (Don Ernesto y sus hijos: Gerardo, Gustavo y Marcelo), incondicionales amigos de ayer; con “Cachencho”, actor protagónico en la cotidiana comedia dorreguense del presente.

En el inventario de sus recuerdos ocupan privilegiado lugar las filosóficas conversaciones con los “próceres del pueblo”, Rigoletto que se fue buscando “paz”, “Miguelito” que todavía sigue derrotando imaginarios adversarios con mortales patadas y golpes de karate.

Roberto Abel Magnoni: con otro libro por escribir, con un chiste nuevo por contar, con un amigo por cobijar.

Roberto Magnoni: dispuesto a elevarse en el trapecio de este “circo” nuestro.

“Piche” Magnoni contradiciendo a los formales, sin temor por “el que dirán” de las señoras que barren la vereda mientras “escriben” las sociales del pregón barrial.

“Piche” el que a diario se sienta en la esquina de Fuertes y Santagada para ver pasar al resto, para mostrar con el pucho en la boca su gran “victoria” ante la indiferencia de los cuerdos…