“Voy camino a los 50, y aunque nunca se lo diga,
Lo que resta de mi vida, se lo quiero regalar.
Porque dentro de mi pecho tengo un sueño todavía,
Y es un sueño que algún día, se que lo voy a lograr...”
(Cacho Castaña)
La fecha calendario indica el 29 de Octubre de 1959.
50 años han transcurrido de aquella jornada, datos que se pueden encontrar en algún archivo periodístico, en una pequeña tarjetita personal que en aquellos tiempos se entregaban como souvenir cuando se producía un nacimiento y claro… en el documento de identidad.
No pretende esta nota reunir cuestiones auto referenciales, sin embargo me cuesta apartarme de ellas.
Ocurre que no es un día más…
Es un día que surge distinto, que hace sentir su presencia aunque se intente ignorarlo o ser indiferente.
Las impiadosas hojas del calendario se encargan de mencionar en forma contundente la existencia de una realidad que no puede eludirse, el cuerpo experimenta el tránsito de medio siglo.
Aunque el espejo surja esquivo y difuso devolviendo una imagen que cuesta aceptar, no muestra sino “lo poco que somos… lo mucho que dejamos de ser”.
No deseo hablar en primera persona, tampoco ser protagonista de esta historia.
Quiero compartir con ustedes la positiva experiencia de la amistad.
En el año 1973 coincidimos un poco más de un mes en los viejos salones de la Escuela Técnica.
No alcanzamos a conocernos, quizás tampoco a charlar en aquellos días adolescentes de la coincidencia en el día de cumpleaños.
A fines de aquella década nuestros rumbos fueron totalmente opuestos.
Los suyos marcharon hacia el sur, en tiempos prósperos donde el petróleo generaba importantes fuentes de trabajo.
Los míos hacia el otro extremo: la cautivante provincia de Misiones, observando como la selva se abría entre maquinas y obreros dando luz a un proyecto turístico de primer nivel.
Los aires nuevos del 83 despertaron pasión, participación, ganas de sumarnos a la página democrática que se abría en el país.
A partir de 1987 por amigos en común comenzamos a coincidir con más frecuencia, por entonces yo estaba al frente de “La Voz” y sus viejas instalaciones se habían convertido en una suerte de bunker de nuestros sueños de participación.
El mate era largo y compartido, los días de lluvia ponían a prueba nuestra capacidad de supervivencia para poner recipientes evitando que el agua se ganara entre archivos y papeles.
Eran tiempos de bolsillos flacos (como casi siempre)… pero de sueños grandes.
Imaginábamos un Dorrego distinto, pujante, con gente que decidiera volver o quedarse… antes que partir.
Pensábamos con recuperar espacios, cambiar viejas estructuras.
Ninguno llegaba a los 30, a excepción del “Turco” (Taleb) que nos apadrinaba y al que habíamos desbordado con nuestro entusiasmo de modificar la realidad.
Un año después varios de nosotros comenzamos a ser parte de un proyector innovador y atrapante: el primer sistema de televisión por cable instalado en la ciudad: Cable Video Sur.
Y como él siempre seguía estando cerca, al poco tiempo también se sumó al grupo de trabajo, convirtiéndose en el primer “Operador Técnico” del Canal.
Hasta el 90 fuimos parte de un maravilloso equipo de trabajo; donde con más ingenio que elementos y en función a la libertad que nos daba “Carlitos” Villar, gestamos una programación propia seguida por miles de personas.
A partir de 1994 me tocó competir laboralmente con aquellos viejos compañeros de ruta.
La amistad se mantuvo sólida y a pesar de la separación seguía siendo indestructible.
En definitiva cada uno de nosotros continuábamos siendo laburantes…como siempre.
A partir de 1997 “la unificación de señales” volvió a reunirnos.
La crisis de 2002 y decisiones empresariales “se llevó a unos cuantos”. Desde ese año quedamos solos y pudimos consolidar un proyecto en común: logramos subsistir…
Hasta aquí me permití contar pequeños capítulos de vida, ahora quiero hablar de él: del amigo, del compañero, del hermano de la vida.
Es lazo que no se corta cuando hay que repechar una subida complicada.
Es mano fuerte que se aferra decidida para proteger, que se brinda sincera ante una necesidad.
Es palabra firme y sin vueltas cuando debe tomarse una decisión.
Es puerta que se abre sin golpear.
Es auxilio que llega siempre a tiempo.
Es el hombre soltero que no quiere perder esa condición, el hijo que no se fue de la casa, el que sigue discutiendo con “Armando” (su papá) de política, Boca, la Selección o la realidad.
El que le pone el hombro en estos días difíciles y tristes…el que en el barrio de siempre sigue siendo: “el negro de “La Chola” (su mamá)
El tío protector de los hijos de su querida hermana Sonia: Matías y Nicolás.
Paso obligado por el Taller de “Safuka”, para secciones de mates largos, “charlas profundas” y análisis de la vida con: Carlos (el dueño), Eduardo (el médico amigo en estos años difíciles), “El gorrión”, “El bicho”, “El metálico” y a veces también: “Alfonso”, camuflado en traje militar y con gorro de marino…
Cerrado “El Cantero” se perdieron las charlas de café de las diez, memorables ruedas con variados concurrentes, donde él ponía la sal y la pimienta de debates que terminaban casi a los gritos.
Noches largas con Germán (El maestro) y “Carlitos”(el camionero), como ayer lo fueron con Roberto Oscar (ahora jubilado).
La necesidad de adecuarse a los cambios lo obligó a incursionar en el mundo tecnológico de hoy. Y es así que anda entre libros que compra, consejos que recibe y programas que posibilitan mejores ediciones, efectos innovadores, transiciones y otros términos de un lenguaje que va convirtiendo en familiar.
En sus manos la lente de la cámara toma las mejores imágenes.
Desde el control maneja teclados, avisos, la salida al aire y además con la paciencia que lo caracteriza: atiende amable cada llamado.
Es tanto o más indispensable que uno en cada salida al aire. No le interesa el protagonismo, desiste de la figuración.
Adalberto Armando Suárez (“Morci”): chofer, amigo, compañero, socio sin necesidad de papeles o contratos.
Adalberto Suárez, aunque no lo parezca… es como dicen risueños los muchachos y es como yo lo siento: “hermano gemelo”.
Lo que resta de mi vida, se lo quiero regalar.
Porque dentro de mi pecho tengo un sueño todavía,
Y es un sueño que algún día, se que lo voy a lograr...”
(Cacho Castaña)
La fecha calendario indica el 29 de Octubre de 1959.
50 años han transcurrido de aquella jornada, datos que se pueden encontrar en algún archivo periodístico, en una pequeña tarjetita personal que en aquellos tiempos se entregaban como souvenir cuando se producía un nacimiento y claro… en el documento de identidad.
No pretende esta nota reunir cuestiones auto referenciales, sin embargo me cuesta apartarme de ellas.
Ocurre que no es un día más…
Es un día que surge distinto, que hace sentir su presencia aunque se intente ignorarlo o ser indiferente.
Las impiadosas hojas del calendario se encargan de mencionar en forma contundente la existencia de una realidad que no puede eludirse, el cuerpo experimenta el tránsito de medio siglo.
Aunque el espejo surja esquivo y difuso devolviendo una imagen que cuesta aceptar, no muestra sino “lo poco que somos… lo mucho que dejamos de ser”.
No deseo hablar en primera persona, tampoco ser protagonista de esta historia.
Quiero compartir con ustedes la positiva experiencia de la amistad.
En el año 1973 coincidimos un poco más de un mes en los viejos salones de la Escuela Técnica.
No alcanzamos a conocernos, quizás tampoco a charlar en aquellos días adolescentes de la coincidencia en el día de cumpleaños.
A fines de aquella década nuestros rumbos fueron totalmente opuestos.
Los suyos marcharon hacia el sur, en tiempos prósperos donde el petróleo generaba importantes fuentes de trabajo.
Los míos hacia el otro extremo: la cautivante provincia de Misiones, observando como la selva se abría entre maquinas y obreros dando luz a un proyecto turístico de primer nivel.
Los aires nuevos del 83 despertaron pasión, participación, ganas de sumarnos a la página democrática que se abría en el país.
A partir de 1987 por amigos en común comenzamos a coincidir con más frecuencia, por entonces yo estaba al frente de “La Voz” y sus viejas instalaciones se habían convertido en una suerte de bunker de nuestros sueños de participación.
El mate era largo y compartido, los días de lluvia ponían a prueba nuestra capacidad de supervivencia para poner recipientes evitando que el agua se ganara entre archivos y papeles.
Eran tiempos de bolsillos flacos (como casi siempre)… pero de sueños grandes.
Imaginábamos un Dorrego distinto, pujante, con gente que decidiera volver o quedarse… antes que partir.
Pensábamos con recuperar espacios, cambiar viejas estructuras.
Ninguno llegaba a los 30, a excepción del “Turco” (Taleb) que nos apadrinaba y al que habíamos desbordado con nuestro entusiasmo de modificar la realidad.
Un año después varios de nosotros comenzamos a ser parte de un proyector innovador y atrapante: el primer sistema de televisión por cable instalado en la ciudad: Cable Video Sur.
Y como él siempre seguía estando cerca, al poco tiempo también se sumó al grupo de trabajo, convirtiéndose en el primer “Operador Técnico” del Canal.
Hasta el 90 fuimos parte de un maravilloso equipo de trabajo; donde con más ingenio que elementos y en función a la libertad que nos daba “Carlitos” Villar, gestamos una programación propia seguida por miles de personas.
A partir de 1994 me tocó competir laboralmente con aquellos viejos compañeros de ruta.
La amistad se mantuvo sólida y a pesar de la separación seguía siendo indestructible.
En definitiva cada uno de nosotros continuábamos siendo laburantes…como siempre.
A partir de 1997 “la unificación de señales” volvió a reunirnos.
La crisis de 2002 y decisiones empresariales “se llevó a unos cuantos”. Desde ese año quedamos solos y pudimos consolidar un proyecto en común: logramos subsistir…
Hasta aquí me permití contar pequeños capítulos de vida, ahora quiero hablar de él: del amigo, del compañero, del hermano de la vida.
Es lazo que no se corta cuando hay que repechar una subida complicada.
Es mano fuerte que se aferra decidida para proteger, que se brinda sincera ante una necesidad.
Es palabra firme y sin vueltas cuando debe tomarse una decisión.
Es puerta que se abre sin golpear.
Es auxilio que llega siempre a tiempo.
Es el hombre soltero que no quiere perder esa condición, el hijo que no se fue de la casa, el que sigue discutiendo con “Armando” (su papá) de política, Boca, la Selección o la realidad.
El que le pone el hombro en estos días difíciles y tristes…el que en el barrio de siempre sigue siendo: “el negro de “La Chola” (su mamá)
El tío protector de los hijos de su querida hermana Sonia: Matías y Nicolás.
Paso obligado por el Taller de “Safuka”, para secciones de mates largos, “charlas profundas” y análisis de la vida con: Carlos (el dueño), Eduardo (el médico amigo en estos años difíciles), “El gorrión”, “El bicho”, “El metálico” y a veces también: “Alfonso”, camuflado en traje militar y con gorro de marino…
Cerrado “El Cantero” se perdieron las charlas de café de las diez, memorables ruedas con variados concurrentes, donde él ponía la sal y la pimienta de debates que terminaban casi a los gritos.
Noches largas con Germán (El maestro) y “Carlitos”(el camionero), como ayer lo fueron con Roberto Oscar (ahora jubilado).
La necesidad de adecuarse a los cambios lo obligó a incursionar en el mundo tecnológico de hoy. Y es así que anda entre libros que compra, consejos que recibe y programas que posibilitan mejores ediciones, efectos innovadores, transiciones y otros términos de un lenguaje que va convirtiendo en familiar.
En sus manos la lente de la cámara toma las mejores imágenes.
Desde el control maneja teclados, avisos, la salida al aire y además con la paciencia que lo caracteriza: atiende amable cada llamado.
Es tanto o más indispensable que uno en cada salida al aire. No le interesa el protagonismo, desiste de la figuración.
Adalberto Armando Suárez (“Morci”): chofer, amigo, compañero, socio sin necesidad de papeles o contratos.
Adalberto Suárez, aunque no lo parezca… es como dicen risueños los muchachos y es como yo lo siento: “hermano gemelo”.