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"Dorrego: una ciudad parecida a muchas y distinta a tantas". Por Hugo César Segurola

Yo vivo en una ciudad… con calles de asfalto viejo y nuevo, con calles de tierra que reclaman agua cada verano, con adoquines que son parte de la historia y de las broncas del presente cuando los autos se desplazan a los tumbos por su deforme estructura.

Yo vivo en una ciudad… que dejó de tener el “centro en el centro”, que se extendió hacia las orillas; que se olvidó del barrio de la estación, que se quedó sin el tren, que tiene gente viviendo cerca de las vías y muchas otras…que se quedaron en la vía.

Yo vivo en una ciudad… que supo de pitucos, gente bien, peones golondrinas, lustrabotas, vagos, malandrines, bohemios, también de esforzados trabajadores autóctonos y cientos de gringos llegados de Europa.

Yo vivo en una ciudad… que fue de radicales o conservadores, peronistas o radicales, del Social o el Círculo, de la Agropecuaria o la Agrícola, de la Caja de Crédito o el Banco Dorrego, del rojo o de ferro, del santo o la villa…

Yo vivo en una ciudad… donde italianos, españoles, daneses, árabes, vascos, rusos, holandeses y alemanes entregaron su esfuerzo, compartieron sus costumbres y aportaron las obras donde se mantienen sus entidades.

Yo vivo en una ciudad… que tuvo sus muertos, sus desaparecidos, sus propios miedos, desconfianza, delatores e informantes, claudicantes, valerosos, gente que traicionó, gente que murió en defensa de sus ideas y también otros: indiferentes, oportunistas, desquiciados, beneficiados con el poder de turno.

Yo vivo en una ciudad que supo de bares y confiterías que no están: “El Londres” o “Jockey club”, “Poker”o “La ideal” y hace poco asistimos a la muerte de la ultima en su especie: “el Cantero”.

Yo vivo en una ciudad…que tuvo tres cines y, que desde hace tiempo se quedó con una solitaria y esplendida sala en silencio.

Yo vivo en una ciudad… que a varios de sus hijos adoptivos les debe logros trascendentes: a Aldo Salustri y Fioravanti Forchetti sus industrias, a Enzo Barda la radio, a Pedro Iribarne “su gran fiesta”, a Carlos Funes Deriuel…la historia.

Yo vivo en una ciudad… que le debe un homenaje a aquellos hermanos que gestaron una fábrica de avanzada: “los Codagnone”, edificio que hoy muestra la triste postal de un ingreso “tapiado”.

Yo vivo en una cuidad…que en una de sus entradas un indio y un gaucho son simbiosis de la pampa, con un cristo de blanco vestido y con sus brazos al cielo. Que en la otra nos muestra una fábrica que es orgullo en el mundo, que un tresarróyense (que pocos recuerdan) construyó con lo mejor de su energía.

Yo vivo en una ciudad… que en sus nomencladores recuerda a unos, que olvida a muchos otros, que somete a la decisión de un sólo color la memoria del resto.

Yo vivo en una ciudad… que recuerda a Martín Fierro, a dos payadores, a varios políticos, a unos reseros, a Gardel, a los inmigrantes, a héroes nacionales, fechas patrias y entre tantos, sólo a una mujer, que fue maestra y nacida en Tandil.

Yo vivo en una ciudad… con agua que no es pura, con redes que no duran, con arsénico que enferma, con una planta que no funciona y con bidones que llevan a domicilio la calidad en cuenta gotas.

Yo vivo en una ciudad… con pocos semáforos, con gente a contramano, otros que doblan “en u”, con bicicletas en la vereda, con peatones caminando por la calle y con lomos de burro a cada paso…intentando poner freno a la “veloz sin razón” de los infractores”.

Yo vivo en una ciudad… con vecinos que conocemos por el nombre o el apodo, con gente que camina de mañana o tarde hacia el Cristo o el Vivero, con otros que se sientan en la vereda a ver pasar la vida o a contarla.

Yo vivo en una ciudad… con doctores que son políticos, con señores que lucen en sus autos el éxito, con comerciantes que a diario abren la persiana de una ilusión renovada, con una camada de cuenta propistas, laburantes en negro y una especie nueva que llaman “monotributistas”.

Yo vivo en una ciudad… con gente que le pone el hombro, con emprendedores, empleados que buscan su horizonte y dirigentes que con esfuerzo y lucha mantienen la vigencia de las instituciones que quedaron como herencia del pasado, que implican enorme responsabilidad cada día.

Yo vivo en una ciudad… donde los pibes yendo o volviendo a clase le dan vida de lunes a viernes; con sábados de eventos, salidas, boliche y reunión y, de domingos (siempre iguales) con repetidas “vueltas del perro” por los sitios de siempre.

Yo vivo en una ciudad…con una plaza que sabe a nuevo, con un verde perdido entre la sequía y las obras, con una glorieta a mazazos desalojada, con leones que eran mansos (pero igual se los llevaron), con un monumento central cada vez más destruido y con un cofre que a sus pies guarda recuerdos del centenario.

Yo vivo en una ciudad… donde sentimos el dolor del otro, donde la alegría se comparte, donde la solidaridad se expresa y donde también se sufre.

Yo vivo en una ciudad… donde mucha gente ya el quince se quedó sin nada y debe recurrir “al fiado” para llegar a fin de mes, donde no resultan pocos los que andan en la mala: a pan duro, gas en garrafa, a veces sin luz, sin techo… sin esperanza.

Yo vivo en una ciudad… de señores, personajes, historiadores, poetas; donde son muchos los jubilados y pensionados, cientos los vecinos que partieron lejos.

Yo vivo en una ciudad… con gente que vive quejándose, con otra que renueva el optimismo cada día, con figuritas y figurones, con malabaristas haciendo equilibrio ante la crisis, con magos que en su galera buscan sueños, con huraños, indiferentes y una especie que de la usura hizo un servicio: “no llaman ni buscan a nadie… pero reciben a todos”.

Yo vivo en una ciudad… con jóvenes que entregan positivos mensajes desde el arte, la cultura, el deporte, el estudio o el trabajo. También con jóvenes sin presente que decidieron no esperar el futuro prometido y en decisiones terminales dejaron una marca que lastima y un dolor que no encuentra consuelo.

Yo vivo en una ciudad… de ladrones y vigilantes; de vigilantes que “no vigilan”, de “ladrones que son señores”, de estudiosos e ignorantes, de sabios, burros y artesanos.

Yo vivo en una ciudad… que da abrigo, protege y acompaña; que también ignora, se vuelve esquiva, golpea y abandona.

Yo vivo en una ciudad… con el campanario de la iglesia que se sigue escuchando, con un cura que “es único”, varios pastores y testigos… con más de un religión como oferta para una legión de fieles (que aunque concurran a misa), no todos lo son…

Yo vivo en una ciudad… con una sirena que a las 5 de la tarde suena puntual cada sábado.

Yo vivo en una ciudad… donde una vez al año se encienden los fogones de la llanura; donde todos los días existen hombres y mujeres que hacen culto a la autenticidad, desde las tareas rurales, la danza, el canto o su sentir criollo.

Yo vivo en una ciudad… con plazas, clubes, comercios, un Polideportivo gigante, alumbrado público y edificios escolares que son orgullo.

Yo vivo en una ciudad… con parejitas jóvenes que esperan un hijo, con madrecitas solteras, con pibas que se venden y se compran, con droga de la que poco se habla y con exceso de alcohol, que poco o nada se controla.

Yo vivo en una ciudad… con gente decente, luchadores, habitantes del común, obreros, docentes, profesionales, changarines y tantos más que en su diario acontecer entregan lo mejor de si.

Yo vivo en una ciudad… de hipócritas y moralistas, de buenas y malas señoras, de pibes que se reúnen cada tarde en la plaza, de laburantes, haraganes, fracasados y soñadores.

Yo vivo en una ciudad… donde algunos celebran con champagne caro y otros se quedaron “sin yerba (barata) para el mate”.

Yo vivo en una ciudad… donde mucha gente reclama “la identidad de los sospechados de un delito” y pide en distinto trato, preservar “el buen nombre y honor” de los señores (con nombre y apellido) que ante la propia Justicia “aceptaron probar su error…”

Yo vivo en una ciudad… donde puntual a las 8 se escuchan las necrologícas de la radio, donde la mayoría despierta tarde y son pocos los negocios abiertos antes de las 9…

Yo vivo en una ciudad… donde se mezclan bancarios, productores, mecánicos, oficinistas, contratistas rurales de aquí y tanteros de lejos, chacareros que se quedaron sin campos y “anónimos” propietarios de grandes extensiones que se quedaron “con sus campos”.

Yo vivo en una ciudad… que albergó a muchos que llegaron de distritos vecinos, de otras ciudades, provincias o del extranjero; que todavía tiene lugar para unos cuantos más.

Yo vivo en una ciudad… donde las 4 x 4 se estacionan cerca de viejas pick up, donde los “Falcon” del 70 o el 80 se ponen a la par del último modelo y las motos (que son muchas) se cruzan con un carro tirado a caballo.

Yo vivo en una ciudad… que nació plena de “fe” en 1890… que adquirió esa condición en 1958, que a pesar de su “status” sigue siendo tan pueblo como antes.

Con buenas y malas cosas, con alegrías y tristezas se sigue viviendo aquí.

Algunos resisten, otros subsisten en esta ciudad, que es parecida a muchas… distinta a tantas.