La ética resulta elemento trascendente en toda actividad, profesión o decisión individual que se adopte, adquiriendo connotaciones especiales en el periodismo, especialmente si se considera la influencia que tiene su mensaje: muchas veces induciendo, en otras… “formando opinión”.
Existe otra cuestión importante, fundamental diría y ésta se origina en la credibilidad que el público otorga al mensaje.
Por ello manipular hechos, convertir “mentiras en verdades” o actuar en función de intereses comerciales o sometidos a éstos resulta un verdadero fraude a la confianza que dispensa la gente en los medios.
La realidad de estos días muestra como se atraviesa esa delgada línea entre lo correcto y lo incorrecto, circunstancia que aflora cuando la influencia de la empresa se impone a los ideales, cuando una noble profesión como la del periodismo se convierte en una transacción y donde el trabajador de prensa –influenciado por las decisiones patronales- debe someterse a sus designios, marchando a contramano de sus propias convicciones.
Cuando el periodista comienza a preguntarse sobre los riesgos que corre la empresa para la cual trabaja, cuando queda preso de intereses que no son propios, cuando decide silenciar expresiones y acepta ser una suerte de “Chirolita corporativo” queda condenado a la peor de las mordazas: la autocensura.
Y es allí donde “la libertad de empresa” impone (sin ruborizar a nadie, sin levantar voces o producir denuncias) su efecto disuasivo, constituyéndose en estocada mortal para la indefensa y vapuleada “libertad de prensa.”
Robert Fox, ex Director del Buenos Aires Herald, expresó en 1979: “en la Argentina los periodistas son mejores que los dueños de los medios. Hay demasiado talento y pocas oportunidades; me duele ver a muchos talentosos sin trabajos decorosos y mal pagados. Al haber muchos talentos sueltos, los sueldos bajan; es la ley de la oferta y la demanda. El ambiente se torna más competitivo que cada uno cuida su empleo a cualquier precio porque sabe que muchos esperan atrás. Los talentosos en vez de unirse en el trabajo para enriquecerse o hacer una publicación mejor, se pelean entre sí para comer. Y esto es penoso.”
El destacado hombre de prensa agregó en forma contundente y visionaria: “ese famoso dicho que hay que cuidar la fuente de trabajo es una infamia; le ha hecho muy mal a la prensa. Lo que se debe defender es la razón por la que uno está trabajando. Escribir u obviar cualquier cosa por cuidar un empleo es de cobardes…”
A más de 30 años de aquellas expresiones estamos ante una realidad que cada vez provoca más conflictos, deslealtades, ambiciones, miedos y actitudes que llevan a subsistir “a cualquier precio”.
El público también queda como rehén de estas pujas de poder y a pesar de la abundancia de medios existentes y de la inmediatez, la mayoría de las veces “está desinformado”.
En defensa de intereses (más económicos) que periodísticos, gran parte de la prensa está inmersa en una “lucha fundamentalista”, donde el tratamiento subjetivo de la noticia se ha convertido en una poderosa arma, cuyos letales efectos son impredecibles.
No crea todo lo que los medios le digan, experimente la duda y –hoy más que nunca- no se quede con una sola campana o con “dos voces”, agote las instancias de información y procure sacar sus propias conclusiones.
Los ideales de Cox y los de muchos hombres y mujeres que ejercen el periodismo, a veces sucumben ante las presiones del poder, el dinero o la imperiosa lucha por afianzarse laboralmente.
Por eso resulta necesario: más voces, más opciones en la grilla de las comunicaciones, más pluralidad, más alternativas para la gente y también para los trabajadores de prensa.
Surge indispensable que la prensa recupere su independencia, que la libertad de expresión sea en la práctica un derecho innegociable.
Que sean los empresarios y no los periodistas los que tengan que preocuparse “por los riesgos de la empresa.”
Es oportuno también que algunos medios (más opositores que críticos), dejen de lado su veleidad y apetencias de “primer poder”.
Existe otra cuestión importante, fundamental diría y ésta se origina en la credibilidad que el público otorga al mensaje.
Por ello manipular hechos, convertir “mentiras en verdades” o actuar en función de intereses comerciales o sometidos a éstos resulta un verdadero fraude a la confianza que dispensa la gente en los medios.
La realidad de estos días muestra como se atraviesa esa delgada línea entre lo correcto y lo incorrecto, circunstancia que aflora cuando la influencia de la empresa se impone a los ideales, cuando una noble profesión como la del periodismo se convierte en una transacción y donde el trabajador de prensa –influenciado por las decisiones patronales- debe someterse a sus designios, marchando a contramano de sus propias convicciones.
Cuando el periodista comienza a preguntarse sobre los riesgos que corre la empresa para la cual trabaja, cuando queda preso de intereses que no son propios, cuando decide silenciar expresiones y acepta ser una suerte de “Chirolita corporativo” queda condenado a la peor de las mordazas: la autocensura.
Y es allí donde “la libertad de empresa” impone (sin ruborizar a nadie, sin levantar voces o producir denuncias) su efecto disuasivo, constituyéndose en estocada mortal para la indefensa y vapuleada “libertad de prensa.”
Robert Fox, ex Director del Buenos Aires Herald, expresó en 1979: “en la Argentina los periodistas son mejores que los dueños de los medios. Hay demasiado talento y pocas oportunidades; me duele ver a muchos talentosos sin trabajos decorosos y mal pagados. Al haber muchos talentos sueltos, los sueldos bajan; es la ley de la oferta y la demanda. El ambiente se torna más competitivo que cada uno cuida su empleo a cualquier precio porque sabe que muchos esperan atrás. Los talentosos en vez de unirse en el trabajo para enriquecerse o hacer una publicación mejor, se pelean entre sí para comer. Y esto es penoso.”
El destacado hombre de prensa agregó en forma contundente y visionaria: “ese famoso dicho que hay que cuidar la fuente de trabajo es una infamia; le ha hecho muy mal a la prensa. Lo que se debe defender es la razón por la que uno está trabajando. Escribir u obviar cualquier cosa por cuidar un empleo es de cobardes…”
A más de 30 años de aquellas expresiones estamos ante una realidad que cada vez provoca más conflictos, deslealtades, ambiciones, miedos y actitudes que llevan a subsistir “a cualquier precio”.
El público también queda como rehén de estas pujas de poder y a pesar de la abundancia de medios existentes y de la inmediatez, la mayoría de las veces “está desinformado”.
En defensa de intereses (más económicos) que periodísticos, gran parte de la prensa está inmersa en una “lucha fundamentalista”, donde el tratamiento subjetivo de la noticia se ha convertido en una poderosa arma, cuyos letales efectos son impredecibles.
No crea todo lo que los medios le digan, experimente la duda y –hoy más que nunca- no se quede con una sola campana o con “dos voces”, agote las instancias de información y procure sacar sus propias conclusiones.
Los ideales de Cox y los de muchos hombres y mujeres que ejercen el periodismo, a veces sucumben ante las presiones del poder, el dinero o la imperiosa lucha por afianzarse laboralmente.
Por eso resulta necesario: más voces, más opciones en la grilla de las comunicaciones, más pluralidad, más alternativas para la gente y también para los trabajadores de prensa.
Surge indispensable que la prensa recupere su independencia, que la libertad de expresión sea en la práctica un derecho innegociable.
Que sean los empresarios y no los periodistas los que tengan que preocuparse “por los riesgos de la empresa.”
Es oportuno también que algunos medios (más opositores que críticos), dejen de lado su veleidad y apetencias de “primer poder”.