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La libertad de expresión. Escribe Pablo Javier Marcó

Hoy quiero hablar de un tema que ya analizamos en este programa (Quien quiera oír que oiga - Lunes a viernes, de 7 a 12, por LA DORREGO): la importancia de la libertad de información como un componente de vital importancia para el buen funcionamiento de las sociedades democráticas.

Primeramente, se debe dejar en claro que la libertad de expresión es un derecho, mundialmente reconocido, emanado de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su artículo 19, dice: "Todo individuo tiene derecho a la libertad de expresión y opinión. Este derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cual medio de expresión".

Es decir, la libertad de expresión es un derecho del conjunto de la sociedad y no una atribución que sólo tenemos los periodistas. Sin embargo, esa libertad, a veces, es reprimida por la ley y la acción coercitiva ejercida por los gobiernos de turno. Esta fue una de las tantas atrocidades cometidas durante la última y más sangrienta dictadura militar que padeció el país.

Afortunadamente, y más allá de resabios de autoritarismo que aún quedan en la Argentina, esa negra historia pasó, con las trágicas secuelas que todos conocemos, y con la vuelta de la democracia comenzó una etapa de florecimiento de la libertad de expresión como forma de manifestación de la sociedad civil en su conjunto, que después de vivir aferrada a la cultura del miedo, se fue acostumbrando a expresarse, a plantear sus broncas e indignaciones.

El razonamiento de cualquier ciudadano bien puede ser: "si el poder de turno me avasalla, si pido respuestas y las instituciones no me la brindan, al menos lo puedo denunciar, decir, quejarme". Eso es la libertad de expresión: "el derecho al pataleo".

Pero además (de eso pueden dar fe los oyentes que han utilizado este programa para reclamar o solicitar algo), muchas veces es más eficaz un grabador o cámara encendidos, una libreta de apuntes o un contestador telefónico en una radio que la teleraña burocrática en la que suele enredarse varios de los requerimientos populares.

Pero claro está que todavía existen peligrosos embates contra la libertad de expresión. Una de las constantes amenazas es al censura, que conspira gravemente contra el conocimiento de la verdad, porque, como alguien definió alguna vez: "la búsqueda de la verdad es un proceso contradictorio al que también contribuyen las expresiones erróneas."

Demás está decir que la libertad de expresión que supimos conseguir no es obra y gracia de un gobierno, sino un triunfo de toda la sociedad civil.

Insisto en este concepto: "la información no es un privilegio de los periodistas, sino un derecho de los pueblos". Y, como tal, el mejor aporte para robustecer la cultura democrática del país reside en contar la verdad de lo que pasa.

Muchos no lo entiende así. Y creen que la libertad de expresión, información y de opinión, sólo deben ser para ellos o los intereses que defienden. Es por eso que la comisión directiva de una institución decidió romper relaciones con este periodista por hacer sacado al aire a una vecina que, con nombre y apellido, hizo algún cuestionamiento. O la casa comercial que publicitaba desde hace varios años en este medio y que decidió retirar su aviso, entre otras cosas, porque acá se hablaba demasiado de Venezuela. O el caso de otro negocio que hizo lo mismo por los comentarios de determinados periodistas.

En todos los casos, quienes utilizaron estos métodos como represalia, siempre tuvieron estos micrófonos abiertos para debatir cualquier diferencia. Por eso, este argumento no es económico, porque cada cual publicita donde quiera; lo que molesta son los argumentos que esgrimen para tomar estas drásticas determinaciones. Sus razonamientos son más o menos así: pauto con ustedes si reflejan mi pensamiento, o esta comisión directiva va a seguir teniendo vínculos periodísticos con vos si sólo escuchás nuestra campana.

Estas actitudes no harán mella en el espíritu fundacional de este medio y de este programa; acá, todos se pueden expresar, le pese a quien le pese.

No creemos en una libertad de expresión de elite. Tampoco en las actitudes maniqueístas de quienes creen que lo que ellos piensan es el bien, y los que piensan distinto son el mal. Seguiremos corriendo todos los riesgos que haya que correr, como el retiro de un aviso, enfrentarnos a la amenaza o la consumación de acciones legales o cualquier otro.

No nos creemos los dueños de la verdad absoluta en ningún asunto de interés público. Pero sí defendemos a muerte nuestras ideas y convicciones y las vamos a seguir gritando a viva vos. Los que piensan distinto también lo pueden hacer.

Por eso, en la parte final de este enfoque sobre la libertad de expresión, vaya el reconocimiento a los periodistas y, fundamentalmente, a los ciudadanos que, incluso corriendo el riesgo de padecer alguna represalia aportan datos, denuncian, opinan libremente.

En definitiva, entienden la gravitación de la libre circulación de las ideas. Por más que a muchos, esta manera de entender este derecho, les moleste. (15.03.10)