martes

"Corazón de piedra". Escribe Graciela L. Piñeiro

En ese día de primavera de 1987, cargando con ochenta y cinco años sobre sus pobres huesos gastados y doloridos, no sabe cómo llega a Coronel Dorrego.

Despojado de todo equipaje, pero sintiendo el tremendo peso de la ansiedad, va al encuentro de algo muy añorado y lucha, al mismo tiempo, con el temor de tener que enfrentarse, quizá, con la desilusión de no poder hallarlo.

Realmente, es una de las pocas cosas que a esa altura de su vida le interesa... saber si todavía existe, si no ha sido arrancado, o sepultado junto a sus sueños, bajo el frío cemento.

Esforzándose, empuña el bastón y apurando el paso, fija la vista en un punto todavía indefinido. Cree divisarlo a la distancia, aguza la mirada y sí..., ¡allí está! reinando sobre el horizonte, haciéndose cada vez más cercano, saliendo a su encuentro... como si todavía lo estuviese esperando.

Casi sin darse cuenta esquiva el gentío, caballos, carruajes y carrozas. Llega a la plaza y se deja caer con sus últimas fuerzas sobre uno de los bancos. Luego, al refugio de la piadosa sombra de la arboleda, finalmente recorre con la vista, lentamente, ese ondulado mar gris perla que el agobiante sol del mediodía hace brillar, regalándole sus destellos de plata.

Tiene sed... ¿quién le acercará un poco agua?; la gente pasa indiferente, claro, ¡qué sabe del fuego que corroe las entrañas de ese pobre viejo!

El caluroso día de Octubre conspira con su estado febril. Su mente confusa, divaga tratando de comprender qué ocurre alrededor... pareciera que todos viven una fiesta!.

Se siente invadido por diferentes aromas, de humo, carne asada, frituras... escucha el sonido de relinchos, guitarras y bombos, una voz que desde lejos anuncia un espectáculo y luego un desfile.

Sólo necesita aliviar la sequedad de su boca. De pronto todo se silencia, el cuerpo nada pesa, ¡qué liviano se siente!, e interiormente se pregunta: ¿estaré todavía en ese banco de la plaza...o habré comenzado el viaje hacia la Libertad?. ¿Qué tengo pendiente?... Y llega a la conclusión de que cuando se vaya de este mundo, su pobre vida seguramente no va de trascender por plantar un árbol, tener un hijo o escribir un libro... porque nada eso ha constituido su meta de hombre errante, que solo buscó sobrevivir a un destino de culpas y miserias.

Sin embargo, ahora siente la dicha de saber que, aunque hoy le llegue “la hora”, su obra lo sobrevivirá ... tan sólo él lo sabe y con eso le basta.

Ha llegado hasta aquí como quien llega a la Meca. Muchos años han transcurrido desde entonces... recuerda como si fuera hoy sus manos mugrosas y partidas, con la fuerza de sus veinte años descargándolos de la chata, bajo la atenta mirada del verdugo de uniforme.

Uno a uno, cintura quebrada en una rutina interminable, apisonándolos sin pausa, con golpes de maza que los iban encarnando en las entrañas de la tierra por cuadras y cuadras. ¡Cuántas rabias fue sepultando con cada golpe sobre la dura piedra y cuántas angustias intentó dejar bajo el suelo, inútilmente!

Día tras día, junto a sus compañeros de infortunio, soportando hambre, frío y calor cumplió sin queja ese castigo de preso, digno trabajo de hormiga durante el mandato de Antonio B. Costa.-

Sus ojos abiertos ya nada ven y un tremendo dolor le parte en dos el pecho, está boca abajo y lengua se ha ensuciado con un poco de tierra. Al instante, siente que alguien lo sacude y grita pidiendo ayuda.

NADA lo preocupa, se deja invadir por el sonido de un apagado compás, agradable, tan rítmico... son las herraduras de los caballos que mientras desfilan, golpean las piedras como teclas de un piano, volviéndose música celestial para sus oídos lejanos. ¡Qué hermosa despedida!.

Ya ni esa melodía escucha...ha llegado su fin. ¡Pensar que buscaron que fueras su castigo y has terminado convirtiéndote, EMPEDRADO de Dorrego, en el único y orgulloso legado de un EX – PRESIDIARIO, que estuvo hasta hoy, encadenado en libertad... por los recuerdos de una vida vacía!

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