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"Un tango con sabor a olivos". Por Hugo C. Segurola

Se diferencia de los muchos inversores (“a la distancia”) que adquirieron tierras en nuestro distrito.

A la mayoría de ellos no conocemos, de otros nos llegan noticias de “sus prontuarios…”

Algunos no están al tanto de la idiosincrasia de la gente de este lugar.

Poco o nada dejan en la comunidad, tampoco se interesan por su destino.

No es anónimo.

No se oculta en testaferros.

No le pone vidrios polarizados a su andar.

No hay candados en su tranquera, tampoco miradas inquisidoras en sus empleados, no hay guardianes, ni perros furiosos, no existen obstáculos para ingresar a su finca.

Eligió el lugar: un punto estratégico en la unión de las rutas 3 y 72, donde una rotonda invita a recorrer un particular y atractivo trayecto tripartito…una suerte de arco iris del paisaje, donde la llanura, el mar y la montaña se permiten compartir la belleza de la naturaleza.

Tras la venta de “El Ventarrón”, un establecimiento dedicado a la actividad agropecuaria decidió una apuesta fuerte: desarrollar un proyecto olivícola de proporciones.

Elegido el sitio de sus sueños, encontró en el Ingeniero Mario Oscar Fernández el asesoramiento técnico para comenzar a desarrollar la idea.

Decidido a marcar “un antes y un después” en la olivicultura zonal, asumió los riesgos de una inversión cuantiosa.

No era cuestión de plantar solamente árboles y esperar que rindan sus prósperos frutos, en la decisión de “quedarse” en Coronel Dorrego comenzó la construcción de una casa que le permitiera repartir su tiempo entre Capital Federal y nuestro pago.

La elección del nombre comercial de sus productos tuvo que ver con las iniciales de sus afectos más cercanos.

En 2004 unos pequeños y débiles olivos resistían los embates de los vientos, mientras que las hormigas organizaban su estrategia de ataque futuro.

El hombre aquel que había conocido en una de las tantas jornadas ventosas que nos castigan, se mostraba seguro, entusiasmado y contagiaba optimismo.

En varias ocasiones nos encontramos, ya sea para ver y hablar de los avances que experimentaba la explotación; también para entusiasmarse (y emocionarse) con la pasión bien porteña que lleva en el alma, que comparte con su esposa: “el tango”.

Conocedor en detalle de autores, orquestas y cantores.

Habla de Tanturi y “El gran D`Arienzo”, sin olvidar a D´agostino, Basso, “Pichuco”, Di Sarli, Canaro, Pugliese o el todavía vigente Mariano Mores.

Avezado bailarín del 2 x 4 fue competidor en el Mundial de Tangos, exquisito exponente de la danza haciendo gala de sus virtudes en famosos escenarios de Buenos Aires o en el amplio salón del club Progreso, respondiendo una invitación de su amigo “Mito” Riciutti.

Empresario, tanguero, hombre de negocios y sentimental.

Vuelvo a encontrarme con Rubén Diez en el marco de la segunda Fiesta del Olivo, nos recibe atento y cordial como siempre.

Recordamos la primer entrevista… me habla del positivo presente.

Los obreros artesanalmente con una pequeña herramienta acarician las ramas que dejan caer las aceitunas, un manto negro las contiene y unos cajones las almacenan.

Me cuenta de las bondades de la fábrica en marcha, del significativo aporte de Marco Scanu.

Mientras recorremos las amplias instalaciones, puedo observar a Jorge Buciarelli cumpliendo con la tarea de elaboración de aceite y al cual parece no importarle el ensordecedor ruido que invade el ambiente. Está atento a las luces titilantes del tablero y a las cifras computadas que marcan el tiempo de un proceso que parece conocer de memoria.

Rubén Diez se muestra feliz por los avances de su proyecto, por el crecimiento que ha experimentado la actividad en los últimos tiempos.

Se emociona al hablar de Pedro Nondedeu y su esposa, le dedica conceptos elogiosos a ambos y se alegra de tenerlos como máximos responsables del lugar.

Cuenta de la positiva mano de obra que lo acompaña; se enorgullece de las comodidades y el confort que le brinda a cada trabajador, consciente que el esfuerzo de una actividad tan ruda merece además de una paga acorde: instalaciones apropiadas y comida variada y abundante.

Rumaroli dejó de ser un proyecto: es una positiva realidad.

Rubén Diez no es un hombre de paso, es un vecino más, un empresario comprometido con Dorrego.

En las puertas de la ciudad, ante la mirada de miles de ocasionales viajeros una plantación de olivos crece sin pausas.

Banderas y carteles se apoyan en un prolijo alambrado y un puesto de venta brinda tentadores productos, invitando a que muchos hagan un alto en el camino.

Entre huellas, estilos y milongas tan propias de nuestro pago, suena muy cerca de la simbiosis pampa, un tango que expresa todo el sentimiento de un porteño (de ley que adoptó convencido y feliz: “la ciudadanía dorreguera…”

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