Es sano hacer profesión de la fe democrática y necesario denunciar a quienes la amenazan. Las libertades no son frutos silvestres que crecen con naturalidad: son construcciones sociales, usualmente edificaciones que se consiguen merced a largas y costosas luchas.
La libertad de prensa y fundamentalmente, mucho más aún la libertad de expresión han zozobrado a lo largo de la historia argentina, y es ingenuo suponer que están conseguidas para la eternidad.
En sociedades pluralistas y efervescentes, como la nuestra , su resultante, no es un coro afinado, si no que resultan voces diferentes, contradictorias, con frecuencia estridentes.
La tolerancia y el buen modo son aconsejables pero no imperativos, deberían serlo sí con un derecho extendido, gozado, donde todos son iguales.
La mutación y el ascetismo de Jorge Rafael Videla por estos días forman parte de la exorbitancia del discurso soportado, la desfiguración de la coyuntura, la victimización, como recursos del debate .
La táctica es la indignación ante los “atropellos “a que son sometidas las figuras más siniestras , sombrías , aciagas y ominosas que han pisado este suelo, aunque en el fragor, los polemistas que quieren sacar ventaja pueden sugestionarse con su propio relato elitista, sectario, fanático y creérselo , para ser referencia pública como le pasó al presidente de la sociedad rural de General Pico – La Pampa, días atrás o soportar nuevamente la voz del genocida, tratando de explicar por sobre la exasperación generalizada, aspectos de una conducta de chacal, proferidas por un ya anciano asesino.
Este sistema, el democrático, para despabilar a unos cuantos, permite que hasta Videla pueda defenderse.
Nadie está exento de la observación crítica, los medios y los periodistas no somos excepción. La libertad es amplia en esta profesión pero no superior a las de otros mortales u organizaciones.
La irrupción de voces, posiciones, protagonistas silenciados hasta hace poco, con un clima muy de época; fuerza a muchos poderosos a tener que justificarse, defenderse , salir de la muralla que era correlato de su preeminencia.
Nadie debe acallar a nadie ni nadie puede exigir tener una aureola que lo sustraiga a la polémica. Todos tienen derecho a expresarse, incluso a través de los medios masivos, principal recurso en las sociedades de masas.
Todas las voces deben resonar, aún las que desafinan.
La restricción a esos derechos, es un reto a la sociedad. Ya nadie en este país , podrá silenciar a otro. La reivindicación de ciertas libertades , por parte de gente, que precisamente no ha hecho un culto, no solo de la libertad , sino de la vida y muerte misma de las personas, trastrueca equilibrios y certidumbres y lleva a perder la chaveta.
No obstante, debemos ser cuidadosos, al menos quienes opinamos públicamente, con nombre y apellido.
Nuestras opiniones dentro de la coherencia que seguramente tabulará quien escucha , será el basamento de una línea de pensamiento, que al menos por esa coherencia, no necesariamente por coincidir, será respetado, personalmente hablo desde mi propia memoria. Sino, seguirá existiendo, la vieja idea que ronda y es alentada, por los fogoneros de las diferencias, que tienen que existir, que son necesarias, empezando por las gentes; en las cuáles se sostiene, que los otros pueden ser estudiados, debatidos, opinados, puestos bajo lupas semejantes bajo leyes, que habría que derogar, magnánimas en marcar el libre juego de la igualdad.
En la Argentina no existen fueros personales y todos los ciudadanos son iguales con los mismos derechos, según consagra la Constitución , en buena hora.
En todo caso, y para que quede claro, la idea de democracia ligada a un verdadero estado de bienestar ( trabajo, salario digno, vivienda , salud, educación, jubilaciones), se consigue con una autonomía sin condicionamientos, libertad e igualdad , derechos , que nos haga sentir todos y que tiene para esa democracia un valor estratégico superior a la suerte de un gobierno o al resultado de una elección. El mismo valor que no tienen todos los gobiernos ni todas las elecciones. (19.09.10)
La libertad de prensa y fundamentalmente, mucho más aún la libertad de expresión han zozobrado a lo largo de la historia argentina, y es ingenuo suponer que están conseguidas para la eternidad.
En sociedades pluralistas y efervescentes, como la nuestra , su resultante, no es un coro afinado, si no que resultan voces diferentes, contradictorias, con frecuencia estridentes.
La tolerancia y el buen modo son aconsejables pero no imperativos, deberían serlo sí con un derecho extendido, gozado, donde todos son iguales.
La mutación y el ascetismo de Jorge Rafael Videla por estos días forman parte de la exorbitancia del discurso soportado, la desfiguración de la coyuntura, la victimización, como recursos del debate .
La táctica es la indignación ante los “atropellos “a que son sometidas las figuras más siniestras , sombrías , aciagas y ominosas que han pisado este suelo, aunque en el fragor, los polemistas que quieren sacar ventaja pueden sugestionarse con su propio relato elitista, sectario, fanático y creérselo , para ser referencia pública como le pasó al presidente de la sociedad rural de General Pico – La Pampa, días atrás o soportar nuevamente la voz del genocida, tratando de explicar por sobre la exasperación generalizada, aspectos de una conducta de chacal, proferidas por un ya anciano asesino.
Este sistema, el democrático, para despabilar a unos cuantos, permite que hasta Videla pueda defenderse.
Nadie está exento de la observación crítica, los medios y los periodistas no somos excepción. La libertad es amplia en esta profesión pero no superior a las de otros mortales u organizaciones.
La irrupción de voces, posiciones, protagonistas silenciados hasta hace poco, con un clima muy de época; fuerza a muchos poderosos a tener que justificarse, defenderse , salir de la muralla que era correlato de su preeminencia.
Nadie debe acallar a nadie ni nadie puede exigir tener una aureola que lo sustraiga a la polémica. Todos tienen derecho a expresarse, incluso a través de los medios masivos, principal recurso en las sociedades de masas.
Todas las voces deben resonar, aún las que desafinan.
La restricción a esos derechos, es un reto a la sociedad. Ya nadie en este país , podrá silenciar a otro. La reivindicación de ciertas libertades , por parte de gente, que precisamente no ha hecho un culto, no solo de la libertad , sino de la vida y muerte misma de las personas, trastrueca equilibrios y certidumbres y lleva a perder la chaveta.
No obstante, debemos ser cuidadosos, al menos quienes opinamos públicamente, con nombre y apellido.
Nuestras opiniones dentro de la coherencia que seguramente tabulará quien escucha , será el basamento de una línea de pensamiento, que al menos por esa coherencia, no necesariamente por coincidir, será respetado, personalmente hablo desde mi propia memoria. Sino, seguirá existiendo, la vieja idea que ronda y es alentada, por los fogoneros de las diferencias, que tienen que existir, que son necesarias, empezando por las gentes; en las cuáles se sostiene, que los otros pueden ser estudiados, debatidos, opinados, puestos bajo lupas semejantes bajo leyes, que habría que derogar, magnánimas en marcar el libre juego de la igualdad.
En la Argentina no existen fueros personales y todos los ciudadanos son iguales con los mismos derechos, según consagra la Constitución , en buena hora.
En todo caso, y para que quede claro, la idea de democracia ligada a un verdadero estado de bienestar ( trabajo, salario digno, vivienda , salud, educación, jubilaciones), se consigue con una autonomía sin condicionamientos, libertad e igualdad , derechos , que nos haga sentir todos y que tiene para esa democracia un valor estratégico superior a la suerte de un gobierno o al resultado de una elección. El mismo valor que no tienen todos los gobiernos ni todas las elecciones. (19.09.10)
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