Nací en el Hospital Municipal de Coronel Dorrego en 1.946 y cursé algunos años de primaria por allá (precisamente cuando se terminó de construir la escuela provincial Nº 19, que estuvo varios meses en obra, sobre la única entrada que entonces tenía Dorrego).
Como vivía en ese tramo solía ir diariamente al aeródromo local, donde los aviadores (que operaban modelos Piper con armazón de aluminio y revestimiento de lona pintada de amarillo) tenían la costumbre de perseguir por el aire bandadas de avutardas, con el propósito de que no se comieran los cultivos.
Un cartel pintado a mano, colgado en el portón del hangar, recomendaba: "Piloto: si quieres conservar la dentadura/ vuela con prudencia y con altura".
En 1.961, me fui a Bahía Blanca, de ahí a Buenos Aires y posteriormente a algunos países de Europa (pocos, en realidad) donde estudié de manera fragmentaria e incompleta la carrera de teoría de la información, antecesora de la ahora muy trajinada carrera de comunicación.
Nunca concluí esos estudios. Volví a Buenos Aires, donde trabajé en el área de servicios internacionales de la desaparecida Editorial Abril y fui dirigente (independiente) de la Asociación de Periodistas de Buenos Aires.
A fines de 1.976 dejé otra vez el país y trabajé un poco como periodista en Mozambique, que acababa de independizarse. Yo estaba asentado en Machaya, un suburbio al norte de la capital, que lleva el incómodo nombre de Maputo).
De ahí pasé un breve tiempo a Los Ángeles, durante un tiempo cubrí la guerra en El Salvador, desde San Salvador, y finalmente recalé en México, DF.
Por distintos azares del destino, no por méritos propios, aquí figuro en un par de diccionarios (Milenios de México, tomo III, p. 2591, y Diccionario Enciclopédico del DF, p. 405), entre otras razones por haber editado (1988) un librito de música que espero no lean nunca porque es pésimo y cuya portada aparece (todavía!!!).
Desde hace bastante tiempo sigo el trabajo que hacen ustedes (por LA DORREGO), que me parece de notable profesionalismo (y además, los muchachos/as de la radio son muy simpáticos).
Lo hago como pasatiempo, pero también porque como escribió algún famoso "el camino hacia lo más íntimo pasa por seres y universos remotos".
De todos modos, y a pesar de que nuestros coterráneos, por lo que veo, se quejan mucho de los asuntos locales, este Dorrego ha cambiado desde las épocas en que mi difuntísimo tío José Balestra, tripulando un sulky tirado por su yegua "Bocha", interpretó como un desafío el cartel que decía "cemento fresco, no se puede pasar"; gritó: "¡Ah cómo que no se puede ! ¡Boooochaaa!", fustigó al animal y echó a perder medio día de trabajo atravesando al trote la recién pavimentada carretera de ingreso, dos cuadras antes de que se convirtiera en la Avenida Roca.
Como vivía en ese tramo solía ir diariamente al aeródromo local, donde los aviadores (que operaban modelos Piper con armazón de aluminio y revestimiento de lona pintada de amarillo) tenían la costumbre de perseguir por el aire bandadas de avutardas, con el propósito de que no se comieran los cultivos.
Un cartel pintado a mano, colgado en el portón del hangar, recomendaba: "Piloto: si quieres conservar la dentadura/ vuela con prudencia y con altura".
En 1.961, me fui a Bahía Blanca, de ahí a Buenos Aires y posteriormente a algunos países de Europa (pocos, en realidad) donde estudié de manera fragmentaria e incompleta la carrera de teoría de la información, antecesora de la ahora muy trajinada carrera de comunicación.
Nunca concluí esos estudios. Volví a Buenos Aires, donde trabajé en el área de servicios internacionales de la desaparecida Editorial Abril y fui dirigente (independiente) de la Asociación de Periodistas de Buenos Aires.
A fines de 1.976 dejé otra vez el país y trabajé un poco como periodista en Mozambique, que acababa de independizarse. Yo estaba asentado en Machaya, un suburbio al norte de la capital, que lleva el incómodo nombre de Maputo).
De ahí pasé un breve tiempo a Los Ángeles, durante un tiempo cubrí la guerra en El Salvador, desde San Salvador, y finalmente recalé en México, DF.
Por distintos azares del destino, no por méritos propios, aquí figuro en un par de diccionarios (Milenios de México, tomo III, p. 2591, y Diccionario Enciclopédico del DF, p. 405), entre otras razones por haber editado (1988) un librito de música que espero no lean nunca porque es pésimo y cuya portada aparece (todavía!!!).
Desde hace bastante tiempo sigo el trabajo que hacen ustedes (por LA DORREGO), que me parece de notable profesionalismo (y además, los muchachos/as de la radio son muy simpáticos).
Lo hago como pasatiempo, pero también porque como escribió algún famoso "el camino hacia lo más íntimo pasa por seres y universos remotos".
De todos modos, y a pesar de que nuestros coterráneos, por lo que veo, se quejan mucho de los asuntos locales, este Dorrego ha cambiado desde las épocas en que mi difuntísimo tío José Balestra, tripulando un sulky tirado por su yegua "Bocha", interpretó como un desafío el cartel que decía "cemento fresco, no se puede pasar"; gritó: "¡Ah cómo que no se puede ! ¡Boooochaaa!", fustigó al animal y echó a perder medio día de trabajo atravesando al trote la recién pavimentada carretera de ingreso, dos cuadras antes de que se convirtiera en la Avenida Roca.
Un saludo cordial a todos.
Horacio.
Horacio.