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"El Barrio de los Turcos", por Hugo César Segurola

Rodeado por calles de asfalto, casas prolijas y en algunas de ellas un bien cuidado jardín, son algunas de las características que reúne un sector de la ciudad; donde el decir popular, algunas costumbres que todavía se mantienen y varios apellidos de origen árabe otorgan al lugar una identificación irremplazable: “El barrio de los turcos”.

En realidad la mayoría son descendientes de sirios, lo que de algún modo avala el mote impuesto a sus habitantes, que lejos de discutir esa identificación, la han aceptado como una suerte de certificado de pertenencia y apego a las tradiciones de las lejanas tierras de sus ancestros.

Completa el paisaje institucional del sitio, el club Sirio Argentino.

Para reforzar estas apreciaciones, basta citar algunos de los grupos familiares que residen allí: Jalif, Zacarías, Majluf, Abdala, Isa, Genaisir, Talou, Dib y Abraham.

Sobre la calle Siria se ubican algunos comercios que responden a la idiosincrasia del lugar: Frutería y Verdulería “Raulito”, de la familia Taleb, Despensa “La Blanca”, de Jorge y Daniel Daher y al 400 un negocio que resulta un verdadero símbolo: Tienda “La Florida”, de los hermanos Aiub.

Durante décadas fueron tres, verdaderos mosqueteros en el arte de vender y ayudar: Pablo, Omar y Hugo.

Tras el fallecimiento del primero de ellos, los dos restantes siguen fieles a la rutina de atender a sus eternos clientes, dándose tiempo para largas charlas, donde el fútbol (especialmente la actualidad de Boca), el básquetbol y la pelota a paleta se constituyen en tema obligado de propietarios y habituales visitantes.

A ellos acompaña José Aldazabal, quién ingresó de pibe, como cadete y desde hace tiempo resulta uno más en la diaria actividad.

Una tienda como las “de antes” donde sobran los mostradores, provistos con sus vitrinas repletas de prendas, al igual que los estantes.

Si algo no está a la vista, seguro lo habrán de rescatar del depósito para que el cliente marche satisfecho.

Telas, cortinas, zapatos, indumentaria deportiva, botines y zapatillas de todas las marcas, pantalones, camisas, camperas. Rótulos de los buenos y también de los económicos, prendas al alcance de todos los bolsillos.

“Llévalo” “probalo en tu casa” “me lo mandas con el pibe”, “después arreglamos”, “qué te voy a cobrar?”, “te lo pongo en la cuenta”, “¿cuánto queres entregar? ¿Podes entregar algo?

Desusadas palabras en el lenguaje comercial de la vida, máxime en estos días de inflación, recesión y crisis.

Aunque adecuados a las circunstancias del presente, en “La Florida” la tradición de servicio y solidaridad se mantienen como una marca registrada: intransferible, única.

Repletos de la pequeña oficina los vidrios están, al igual que el escritorio: con todas las rifas y todos los bonos que andan dispersos por la ciudad.

Colaboraciones, adhesiones, auspicios o la ayuda espontánea para un deportista, sin importar la disciplina que éste practique.

Ya sean instituciones o particulares, la respuesta positiva siempre habrán de encontrar, tal como sino existiera en el vocabulario de su existencia la palabra: No.

En los tiempos exitosos de Daniel Loyzaga, en cada carrera del “Negro Coria”, en la bata de un boxeador local o en las camisetas con los colores de Boca, representando a la Tienda o prestadas para un equipo del comercial: “La Florida” en el pecho o la espalda de cada deportista, siempre presente.

Apasionados del baloncesto durante años fueron gestores de su organización competitiva, alentando su práctica, brindando tiempo y dinero para hacer posible el sueño de tantos pibes.

La canchita del club Sirio, muestra las heridas del tornado que no se olvida y en la referencia histórica (colocada recientemente), está implícito el eterno y sincero agradecimiento de toda la comunidad al desinteresado aporte de los “queridos turcos”.

No había llaves ni candados que vedaran el paso, un salto al paredón de entonces, permitía gozar de la libertad, del placer del deporte.

Sus aros se abrieron a los tiros de cientos de chicos.

Se improvisaron arcos con pulóveres, ladrillos o piedras para constantes picados en su piso de baldosa.

Fue también pista de kartings a bolillero.

Moretones, raspones, caidas y heridas que no importaban en aquellos días felices de la infancia.

Eso sí, antes de la cita cotidiana el paso obligado a buscar la pelota, al sitio de siempre: “La Florida”.

Una tienda que hace honor a la identidad del barrio, que nunca aceptó ser del centro, que sigue manteniendo el compromiso de estar junto a la gente.

Se marchó Pablo, también la mamá: Isabel Jalif (Doña Elena), que era una suerte de postal con el mate en la mano.

Quedan: “el Florido”, con su andar particular, sus escapaditas al club Independiente, donde todavía en la soledad de una sala (como ayer) lo espera un tablero para poner “en jaque” sus sueños de abuelo.

“El Omár”, cerquita del “frontón”, con amigos que siempre aguardan, con un asado semanal que tienta y las infaltables recomendaciones de Eduardo: Médico y amigo.

Siguen juntos compartiendo idénticos sentimientos.

Siguen fieles a una tradición comercial, que no admite comparación alguna.

Siguen unidos los tres, ya que la muerte no logró separarlos.

Si hasta la Guía Telefónica mantiene perdurables los lazos de hermandad: AIUB, Pablo, Omar y Hugo, todavía puede leerse.

Aunque un homenaje no exista para los reconocimientos en vida y tampoco contemple una Ordenanza considerar a los buenos vecinos, para el pensamiento del pueblo: los hermanos Aiub son “ilustres ciudadanos”.

Son del barrio sus abanderados…: “los turcos de La Florida, retazo de un tiempo que no volverá, que no tienen igual en la virtud de saber dar.”