El 24 de Mayo de 1.956 se cristalizó el sueño de un reducido grupo de vecinos, entusiasmados con la idea de crear una institución que los representara.
En vísperas de la jornada patria, 53 años atrás se producía el nacimiento del Club Atlético Villa Rosa; obteniendo hace 30 años el primer titulo de campeón, al consagrarse en cancha de San Román, como ganador del Oficial de 1.979.
Como pequeño homenaje a la rica vida institucional y deportiva de los albiverdes y, en la seguridad que la decisión tendrá positiva recepción en simpatizantes y dirigentes; rescataré nuevamente la semblanza trazada en 2.006 sobre uno de los hombres más respetados y recordados que surgieron de la entidad.
Dirigente que se lo recuerda con una estrecha calle, próxima al escenario de “los olivares”, hombre al que en reiteradas ocasiones, el ex Presidente, José Domingo Chinale, definió como: “el Perón de Villa Rosa”.
Había transcurrido su niñez en un establecimiento rural propio de la época, el que como era costumbre, congregaba una gran cantidad de empleados.
El paso por las aulas de la Escuela del paraje “La Luna”, resultó efímero, concurriendo como alumno solamente hasta tercer grado.
No hubo tiempo ni posibilidades para prolongar sus estudios, debiendo iniciarse a temprana edad en las tareas del campo.
Entre amaneceres naturales y bien temprano fueron transcurriendo sus días, escuchando el inconfundible relincho de los caballos, también el triste mugir de las vacas que debían encerrarse para el ordeñe y de acuerdo a las estaciones: ayudar en la siembra o curtirse al sol en tiempos de calurosas cosechas.
Un día de 1.943, joven veinteañero e ilusionado con mejores perspectivas, partió en la búsqueda de nuevos horizontes, con el deseo de progreso y bienestar.
En Plaza Huincul encontró trabajo en uno de los tantos yacimientos petrolíferos, que caracterizaron al lugar.
Los embates del clima, los constantes vientos, el frío y la nostalgia resultaron determinantes para retornar al pago, para reencontrarse con su Dorrego natal.
El establecimiento “3 de Febrero”, donde su padre era el encargado lo albergó; debiendo realizar tareas que ya conocía, disfrutando del contacto con el paisaje autóctono, apasionándose por las prácticas de polo que se llevaban a cabo en el lugar.
Unió su vida en matrimonio eterno con Blanca Menna, con la compartió que la felicidad y crianza de sus tres hijos: Norberto, Marta Susana y Carlos Alberto, los que siguieron el ejemplo de honradez que les marcó como máxima su progenitor.
En 1.955 emprendió la partida desde el campo, asentándose en forma definitiva en la ciudad.
Motivado y aconsejado por don José Fabricio, decide un nuevo curso en su vida, pasando a desempeñarse como carnicero, tarea que como empleado o por cuenta propia, desarrolló durante muchos años.
Vuelven a mi memoria los recuerdos de aquellos mandados, que de pibe debían realizarse sin “chistar”.
Muy cerca de mi casa, sobre la calle Maciel estaba su comercio, pudiendo a diario observar su inconfundible figura, enfundado en blanco delantal y con afilada cuchilla en la mano.
Sus gestos respetuosos y su cordialidad eran moneda corriente, motivando que muchos concurrieran no solo a comprar, sino también a charlar o a compartir las noticias y sonidos de una radio siempre encendida.
Impulsado por Armando Gabriel D´Annunzio (“El Gringo”), se acercó al club Villa Rosa, entidad con la que se identificó de inmediato.
En 1970 ejerció la primera presidencia institucional, repitiendo esa responsabilidad entre los años 1982 y 1984, para culminar su rol dirigencial como Vicepresidente, en el periodo 1984-1988.
Dedicó esfuerzo, tiempo y sacrificio a este respetado club barrial; disfrutando y compartiendo con un grupo de amigos, ver como la quinta de Agustín Arribas, se transformaba en las preciadas instalaciones propias.
La quijotesca y arriesgada decisión de un pequeño grupo de dirigentes, la predisposición y confianza del vendedor y el decidido aporte de Ogue Natalio Madariaga, permitió con “pocos pesos y muchas ganas” adquirir los terrenos donde hoy Villa Rosa exhibe una importante infraestructura, constando del campo de deportes, cancha auxiliar y un salón para 300 personas.
Hombre de palabras justas y necesarias.
Hombre de “una sola palabra” cuando debía cerrarse un trato o asumir un compromiso
No borraba con el codo lo que escribía con la mano. No eran necesario firmas o papeles para asegurar el cumplimiento de lo pactado.
No había en sus expresiones discursos floridos, pero cada uno de sus conceptos marcaba claramente la línea de su conducta.
Era el primero en la fila cuando debían enfrentarse situaciones difíciles.
Era el último cuando de recibir los elogios o las felicitaciones se trataba.
Desde hace tres años un pequeño tramo de calle lleva el nombre de: Silvano Pelaez.
Desde el nomenclador de la memoria es vigilia permanente de su querido club, ejemplo positivo para que puedan citar los vecinos de los barrios cercanos.
En el homenaje que lleva esa escueta lonja de tierra, quedan representados los hombres y las mujeres del común.
Silvano Pelaez: el peón rural, el carnicero, el buen padre, el amigo y el dirigente empeñoso se suma en la nomenclatura dorreguense a: “políticos, doctores, escritores, artistas, dos payadores, algunos reseros y una sola mujer, exhibiendo como pergaminos: su correcto proceder e irreprochable conducta.
Aunque no lo diga la referencia, cuando alguien sin conocerlo, se detenga ante el cartel que lo menciona; tendrá que saber que Silvano Pelaez aportó desde el silencio, luchó con entereza por las instituciones, ejerció con responsabilidad su rol ciudadano e hizo de la honradez una condición inmodificable.
Silvano Pelaez: meta pedal y pedal en su vieja bicicleta, con la gorra visera que era parte de su uniforme ciudadano.
Con sus enormes y curtidas manos, levantándolas para el saludo o estrechándolas en el afecto.
Con su mirada firme, con la sonrisa buena, con la amistad sincera.
Con una actitud de servicio permanente.
No figura en la galería selecta de los que miden el éxito por el dinero, un buen auto, el poder o las propiedades.
Es que don Silvano Pelaez era de “los viejos tiempos”, donde “eran más hombres los hombres aquellos”.
De aquellos hombres de la palabra y la acción, era Silvano Pelaez.
Un hombre que desde la sencillez se permitió darle una bofetada aleccionadora a la arrogancia paqueta de muchos.
Silvano Pelaez: Un hombre simple, pero no por ello menos grande.
Silvano Pelaez: Un gran hombre que le da nombre a una calle chica…
En vísperas de la jornada patria, 53 años atrás se producía el nacimiento del Club Atlético Villa Rosa; obteniendo hace 30 años el primer titulo de campeón, al consagrarse en cancha de San Román, como ganador del Oficial de 1.979.
Como pequeño homenaje a la rica vida institucional y deportiva de los albiverdes y, en la seguridad que la decisión tendrá positiva recepción en simpatizantes y dirigentes; rescataré nuevamente la semblanza trazada en 2.006 sobre uno de los hombres más respetados y recordados que surgieron de la entidad.
Dirigente que se lo recuerda con una estrecha calle, próxima al escenario de “los olivares”, hombre al que en reiteradas ocasiones, el ex Presidente, José Domingo Chinale, definió como: “el Perón de Villa Rosa”.
Había transcurrido su niñez en un establecimiento rural propio de la época, el que como era costumbre, congregaba una gran cantidad de empleados.
El paso por las aulas de la Escuela del paraje “La Luna”, resultó efímero, concurriendo como alumno solamente hasta tercer grado.
No hubo tiempo ni posibilidades para prolongar sus estudios, debiendo iniciarse a temprana edad en las tareas del campo.
Entre amaneceres naturales y bien temprano fueron transcurriendo sus días, escuchando el inconfundible relincho de los caballos, también el triste mugir de las vacas que debían encerrarse para el ordeñe y de acuerdo a las estaciones: ayudar en la siembra o curtirse al sol en tiempos de calurosas cosechas.
Un día de 1.943, joven veinteañero e ilusionado con mejores perspectivas, partió en la búsqueda de nuevos horizontes, con el deseo de progreso y bienestar.
En Plaza Huincul encontró trabajo en uno de los tantos yacimientos petrolíferos, que caracterizaron al lugar.
Los embates del clima, los constantes vientos, el frío y la nostalgia resultaron determinantes para retornar al pago, para reencontrarse con su Dorrego natal.
El establecimiento “3 de Febrero”, donde su padre era el encargado lo albergó; debiendo realizar tareas que ya conocía, disfrutando del contacto con el paisaje autóctono, apasionándose por las prácticas de polo que se llevaban a cabo en el lugar.
Unió su vida en matrimonio eterno con Blanca Menna, con la compartió que la felicidad y crianza de sus tres hijos: Norberto, Marta Susana y Carlos Alberto, los que siguieron el ejemplo de honradez que les marcó como máxima su progenitor.
En 1.955 emprendió la partida desde el campo, asentándose en forma definitiva en la ciudad.
Motivado y aconsejado por don José Fabricio, decide un nuevo curso en su vida, pasando a desempeñarse como carnicero, tarea que como empleado o por cuenta propia, desarrolló durante muchos años.
Vuelven a mi memoria los recuerdos de aquellos mandados, que de pibe debían realizarse sin “chistar”.
Muy cerca de mi casa, sobre la calle Maciel estaba su comercio, pudiendo a diario observar su inconfundible figura, enfundado en blanco delantal y con afilada cuchilla en la mano.
Sus gestos respetuosos y su cordialidad eran moneda corriente, motivando que muchos concurrieran no solo a comprar, sino también a charlar o a compartir las noticias y sonidos de una radio siempre encendida.
Impulsado por Armando Gabriel D´Annunzio (“El Gringo”), se acercó al club Villa Rosa, entidad con la que se identificó de inmediato.
En 1970 ejerció la primera presidencia institucional, repitiendo esa responsabilidad entre los años 1982 y 1984, para culminar su rol dirigencial como Vicepresidente, en el periodo 1984-1988.
Dedicó esfuerzo, tiempo y sacrificio a este respetado club barrial; disfrutando y compartiendo con un grupo de amigos, ver como la quinta de Agustín Arribas, se transformaba en las preciadas instalaciones propias.
La quijotesca y arriesgada decisión de un pequeño grupo de dirigentes, la predisposición y confianza del vendedor y el decidido aporte de Ogue Natalio Madariaga, permitió con “pocos pesos y muchas ganas” adquirir los terrenos donde hoy Villa Rosa exhibe una importante infraestructura, constando del campo de deportes, cancha auxiliar y un salón para 300 personas.
Hombre de palabras justas y necesarias.
Hombre de “una sola palabra” cuando debía cerrarse un trato o asumir un compromiso
No borraba con el codo lo que escribía con la mano. No eran necesario firmas o papeles para asegurar el cumplimiento de lo pactado.
No había en sus expresiones discursos floridos, pero cada uno de sus conceptos marcaba claramente la línea de su conducta.
Era el primero en la fila cuando debían enfrentarse situaciones difíciles.
Era el último cuando de recibir los elogios o las felicitaciones se trataba.
Desde hace tres años un pequeño tramo de calle lleva el nombre de: Silvano Pelaez.
Desde el nomenclador de la memoria es vigilia permanente de su querido club, ejemplo positivo para que puedan citar los vecinos de los barrios cercanos.
En el homenaje que lleva esa escueta lonja de tierra, quedan representados los hombres y las mujeres del común.
Silvano Pelaez: el peón rural, el carnicero, el buen padre, el amigo y el dirigente empeñoso se suma en la nomenclatura dorreguense a: “políticos, doctores, escritores, artistas, dos payadores, algunos reseros y una sola mujer, exhibiendo como pergaminos: su correcto proceder e irreprochable conducta.
Aunque no lo diga la referencia, cuando alguien sin conocerlo, se detenga ante el cartel que lo menciona; tendrá que saber que Silvano Pelaez aportó desde el silencio, luchó con entereza por las instituciones, ejerció con responsabilidad su rol ciudadano e hizo de la honradez una condición inmodificable.
Silvano Pelaez: meta pedal y pedal en su vieja bicicleta, con la gorra visera que era parte de su uniforme ciudadano.
Con sus enormes y curtidas manos, levantándolas para el saludo o estrechándolas en el afecto.
Con su mirada firme, con la sonrisa buena, con la amistad sincera.
Con una actitud de servicio permanente.
No figura en la galería selecta de los que miden el éxito por el dinero, un buen auto, el poder o las propiedades.
Es que don Silvano Pelaez era de “los viejos tiempos”, donde “eran más hombres los hombres aquellos”.
De aquellos hombres de la palabra y la acción, era Silvano Pelaez.
Un hombre que desde la sencillez se permitió darle una bofetada aleccionadora a la arrogancia paqueta de muchos.
Silvano Pelaez: Un hombre simple, pero no por ello menos grande.
Silvano Pelaez: Un gran hombre que le da nombre a una calle chica…