En los finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo pasado se produjo la llegada masiva de inmigrantes europeos a nuestro país.
El saldo atroz de la guerra: el hambre y la miseria, llevó a que miles de familias se disgregarán y que en la desesperación por encontrar una salida, la única alternativa pasaba por lanzarse “al mar de las ilusiones”.
De aquellas oleadas inmigratorias, dos corrientes experimentaron supremacía respecto al resto: la italiana y la española.
Precisamente hoy tres de junio se recuerda el “Día del Inmigrante Italiano”.
Se estima que entre 1880 y 1914 más de dos millones de italianos llegaron a nuestro país, sumándose unos quinientos mil más entre los años 1.920 y 1.929.
Los relatos de nuestros familiares se repetían, resultando similares las circunstancias, también las vicisitudes que debieron afrontar en el largo camino de agua que tuvieron que sortear entre sus países de origen y la Argentina.
Algún “paisano” o integrante de la familia había actuado como una suerte de punta de lanza en la aventura viajera, pasando luego a convertirse en anfitriones del resto del grupo, una vez llegados al Puerto de Buenos Aires.
Las viejas fotografías en blanco y negro o simplemente las postales que todavía rondan en la mente de tantos viajeros, tienen asombrosa similitud.
De los enormes barcos y luego de largas semanas de tránsito lento y padecimientos constantes, bajaban mujeres, hombres, jóvenes y niños.
En baúles de madera guardaban todas sus pertenencias, poco o nada había quedado en su tierra natal.
El clima, las costumbres y el idioma pasaban a ser tres de las cuestiones que tenían que ir resolviendo en la “nueva patria”.
La comunicación entre sus pares resultaba fluida y amena, mientras que los inconvenientes se multiplicaban cuando debían expresarse o tratar de entender las palabras de los criollos.
Curtidos por la desventura, los padecimientos y la pobreza, poder comunicarse pasaba a ser un tema menor, supliéndose desde la práctica y a pesar de las risas que despertaban sus voces gringas.
“Hacer la América” era la consigna, nada ni nadie podía impedir las ganas y fuerza de voluntad que llevaba a enfrentar cada obstáculo, con encomiable voluntad y profunda entereza.
Acostumbrados a trabajar la tierra, encontraron en el campo y en las quintas una alternativa de trabajo y desarrollo, donde el sacrificio era el requisito primordial que debían sortear.
Los que tenían alguna habilidad en oficios fueron encontrando posibilidades a través de la construcción o la carpintería, mientras que una gran mayoría que solo dependía de su cuerpo, pasaron a ser peones para todo servicio y de tiempo completo.
El estimado amigo Donato Ángel Antonini, publicó dos libros que resumen la vida de los italianos en Coronel Dorrego, como así también el significativo aporte institucional que dejaron con la construcción de la Asociación Italiana de Socorros Mutuos XX de Septiembre, fundada el 20 de noviembre de 1.898.
En sus páginas se puede encontrar un capítulo especial, bajo el título “Inmigrantes italianos en nuestra zona”, donde destaca sobre características y procedencia:
“Los inmigrantes italianos llegados a nuestra zona, convocados seguramente por sus parientes ya residentes, comenzaron a convivir en un lugar con costumbres distintas, fundaron hogares y tuvieron hijos argentinos, donde hoy se siente vibrar la italianidad heredada de sus mayores”
“Y como no podía ser de otra manera, se asociaban a la Sociedad que los agrupaba y recreaba el “clima” de sus ancestros.
“Se desprende que los de Casalanguida (Provincia de Chietti) fueron mayoría. También los hubo de Maccerata, Cosenza, Pavía, Potenza, Alessandría, Milano y Calabria.”
De los tantos gringos que llegaron a nuestra llanura, en breves conceptos el pequeño homenaje, realizado desde esta columna a uno de ellos.
“Fioravanti Forchetti, llegó a nuestro país en plena juventud, proveniente de su Italia natal
“Fiori” tal como se lo conocía, fue un hombre de pocas palabras y de muchas decisiones y acciones.
Su carácter afable, su predisposición al dialogo y la capacidad de trabajo fueron signos distintivos de su accionar.
Su visión “europea” lo constituyó en verdadero visionario en la industria de la alimentación y la gastronomía.
La marca “Jet” le pertenece, primero con la inauguración de un local de comidas rápidas (característico de Monte Hermoso) y desde hace 15 años con la instalación de una fabrica de helados, que ha ganado un merecido prestigio y posicionamiento en toda la región.
Sus contactos con “la península” permitieron importar moderna tecnología, para el desarrollo de estos emprendimientos, los que además generaron una importante mano de obra permanente o temporaria.
Ligado a la Asociación Italiana durante mucho tiempo, ejerció la presidencia de la misma en los años 1.978 y 1.979; siendo nexo fundamental en la llegada de las autoridades de Casalanguida a Coronel Dorrego con motivo del Centenario de la entidad.
Desde su carpintería fue un autentico artesano, trasladando sus conocimientos a cientos de jóvenes como Profesor de la Escuela Técnica, a los que además de enseñanzas teóricas y prácticas les entregó su bondad, humildad, paciencia y positivos consejos.”
Principalmente y como impacto de la crisis de 2001 se produjo una inmigración a la inversa, siendo muchos los argentinos que buscaron su nuevo destino en Europa.
Italia albergó a un importante número de nuestros compatriotas, entre los que se encuentran varios dorreguenses, quienes debieron seguir un camino distinto al de sus padres y abuelos.
Esta vez no fue una guerra la que los alejó de su tierra, sino la crisis económica.
Esta vez no fueron viejos barcos los que trasladaron sus sueños, sino modernos aviones.
En una y otra circunstancia un común denominador marcó sus vidas: ansias de progreso y bienestar.
Italia está presente en nuestro pueblo:
En el antiguo cuadro que muchas familias guardan.
En los apellidos que dejan expuesto su origen.
En obras, en sus Asociaciones y hasta en el nomenclador de una calle y una plazoleta.
En sus comidas, en sus historias, en su música y en su danza.
En las páginas de tantos libros.
En los recortes amarillentos.
En valijas, cofres y viejos baúles.
En muchos de nosotros hay historias, hay recuerdos… quizás también “un nono gringo” recibiendo en su regazo el calor de un hijo o un nieto criollo…
El saldo atroz de la guerra: el hambre y la miseria, llevó a que miles de familias se disgregarán y que en la desesperación por encontrar una salida, la única alternativa pasaba por lanzarse “al mar de las ilusiones”.
De aquellas oleadas inmigratorias, dos corrientes experimentaron supremacía respecto al resto: la italiana y la española.
Precisamente hoy tres de junio se recuerda el “Día del Inmigrante Italiano”.
Se estima que entre 1880 y 1914 más de dos millones de italianos llegaron a nuestro país, sumándose unos quinientos mil más entre los años 1.920 y 1.929.
Los relatos de nuestros familiares se repetían, resultando similares las circunstancias, también las vicisitudes que debieron afrontar en el largo camino de agua que tuvieron que sortear entre sus países de origen y la Argentina.
Algún “paisano” o integrante de la familia había actuado como una suerte de punta de lanza en la aventura viajera, pasando luego a convertirse en anfitriones del resto del grupo, una vez llegados al Puerto de Buenos Aires.
Las viejas fotografías en blanco y negro o simplemente las postales que todavía rondan en la mente de tantos viajeros, tienen asombrosa similitud.
De los enormes barcos y luego de largas semanas de tránsito lento y padecimientos constantes, bajaban mujeres, hombres, jóvenes y niños.
En baúles de madera guardaban todas sus pertenencias, poco o nada había quedado en su tierra natal.
El clima, las costumbres y el idioma pasaban a ser tres de las cuestiones que tenían que ir resolviendo en la “nueva patria”.
La comunicación entre sus pares resultaba fluida y amena, mientras que los inconvenientes se multiplicaban cuando debían expresarse o tratar de entender las palabras de los criollos.
Curtidos por la desventura, los padecimientos y la pobreza, poder comunicarse pasaba a ser un tema menor, supliéndose desde la práctica y a pesar de las risas que despertaban sus voces gringas.
“Hacer la América” era la consigna, nada ni nadie podía impedir las ganas y fuerza de voluntad que llevaba a enfrentar cada obstáculo, con encomiable voluntad y profunda entereza.
Acostumbrados a trabajar la tierra, encontraron en el campo y en las quintas una alternativa de trabajo y desarrollo, donde el sacrificio era el requisito primordial que debían sortear.
Los que tenían alguna habilidad en oficios fueron encontrando posibilidades a través de la construcción o la carpintería, mientras que una gran mayoría que solo dependía de su cuerpo, pasaron a ser peones para todo servicio y de tiempo completo.
El estimado amigo Donato Ángel Antonini, publicó dos libros que resumen la vida de los italianos en Coronel Dorrego, como así también el significativo aporte institucional que dejaron con la construcción de la Asociación Italiana de Socorros Mutuos XX de Septiembre, fundada el 20 de noviembre de 1.898.
En sus páginas se puede encontrar un capítulo especial, bajo el título “Inmigrantes italianos en nuestra zona”, donde destaca sobre características y procedencia:
“Los inmigrantes italianos llegados a nuestra zona, convocados seguramente por sus parientes ya residentes, comenzaron a convivir en un lugar con costumbres distintas, fundaron hogares y tuvieron hijos argentinos, donde hoy se siente vibrar la italianidad heredada de sus mayores”
“Y como no podía ser de otra manera, se asociaban a la Sociedad que los agrupaba y recreaba el “clima” de sus ancestros.
“Se desprende que los de Casalanguida (Provincia de Chietti) fueron mayoría. También los hubo de Maccerata, Cosenza, Pavía, Potenza, Alessandría, Milano y Calabria.”
De los tantos gringos que llegaron a nuestra llanura, en breves conceptos el pequeño homenaje, realizado desde esta columna a uno de ellos.
“Fioravanti Forchetti, llegó a nuestro país en plena juventud, proveniente de su Italia natal
“Fiori” tal como se lo conocía, fue un hombre de pocas palabras y de muchas decisiones y acciones.
Su carácter afable, su predisposición al dialogo y la capacidad de trabajo fueron signos distintivos de su accionar.
Su visión “europea” lo constituyó en verdadero visionario en la industria de la alimentación y la gastronomía.
La marca “Jet” le pertenece, primero con la inauguración de un local de comidas rápidas (característico de Monte Hermoso) y desde hace 15 años con la instalación de una fabrica de helados, que ha ganado un merecido prestigio y posicionamiento en toda la región.
Sus contactos con “la península” permitieron importar moderna tecnología, para el desarrollo de estos emprendimientos, los que además generaron una importante mano de obra permanente o temporaria.
Ligado a la Asociación Italiana durante mucho tiempo, ejerció la presidencia de la misma en los años 1.978 y 1.979; siendo nexo fundamental en la llegada de las autoridades de Casalanguida a Coronel Dorrego con motivo del Centenario de la entidad.
Desde su carpintería fue un autentico artesano, trasladando sus conocimientos a cientos de jóvenes como Profesor de la Escuela Técnica, a los que además de enseñanzas teóricas y prácticas les entregó su bondad, humildad, paciencia y positivos consejos.”
Principalmente y como impacto de la crisis de 2001 se produjo una inmigración a la inversa, siendo muchos los argentinos que buscaron su nuevo destino en Europa.
Italia albergó a un importante número de nuestros compatriotas, entre los que se encuentran varios dorreguenses, quienes debieron seguir un camino distinto al de sus padres y abuelos.
Esta vez no fue una guerra la que los alejó de su tierra, sino la crisis económica.
Esta vez no fueron viejos barcos los que trasladaron sus sueños, sino modernos aviones.
En una y otra circunstancia un común denominador marcó sus vidas: ansias de progreso y bienestar.
Italia está presente en nuestro pueblo:
En el antiguo cuadro que muchas familias guardan.
En los apellidos que dejan expuesto su origen.
En obras, en sus Asociaciones y hasta en el nomenclador de una calle y una plazoleta.
En sus comidas, en sus historias, en su música y en su danza.
En las páginas de tantos libros.
En los recortes amarillentos.
En valijas, cofres y viejos baúles.
En muchos de nosotros hay historias, hay recuerdos… quizás también “un nono gringo” recibiendo en su regazo el calor de un hijo o un nieto criollo…