“ ya no somos inocentes
ni en la mala ni en la buena
cada cual a su faena
porque en esto no hay suplentes”
Mario BENEDETTI
ni en la mala ni en la buena
cada cual a su faena
porque en esto no hay suplentes”
Mario BENEDETTI
Siguiendo las imposiciones del calendario, los aniversarios suelen ofrecernos la posibilidad de discutir, de reflexionar, de pensar sobre cuál ha sido nuestro punto de partida, en qué lugar nos encontramos hoy y, fundamentalmente, hacia dónde queremos dirigir nuestros pasos como nación.
Celebrar este bicentenario implica no sólo considerar la fuerza y la trascendencia social que puedan tener los festejos, sino también reflexionar sobre la memoria que su paso puede dejar. Una conmemoración se construye, y en una sociedad democrática se construye colectivamente.
Los festejos por estos 200 años debieran plantearnos la posibilidad de una utopía. Debieran ser el inicio, el punto de convergencia para los distintos sectores que, a diario, construyen la historia del país. Pero construir una historia supone conflictos y antagonismos.
Seguramente, en esta Argentina actual, unos quieren una cosa, y otros quieren otra. Por lo tanto, no todos van a proponerse celebrar lo mismo.
Es posible que el festejo de unos, sea la decepción de otros. Probablemente haya quienes no quieran festejar. Tal vez algunos añoren la grandilocuencia del primer centenario que, en realidad, fue la fiesta de unos pocos mostrada frente a los ojos de muchos desplazados.
Quizá sea un buen momento para proponernos un bicentenario alegre, pero sobrio y reflexivo. Sería bueno ver que este país cumple años y lo festeja con participación popular, ocupando deliberativamente los espacios públicos que nos pertenecen a todos, exigiendo a nuestra dirigencia las respuestas necesarias, promoviendo el espíritu crítico. Sería un logro de toda la sociedad que este segundo centenario fuera diferente del primero.
Ya no somos un pueblo inocente. Hagamos que este bicentenario nos permita vislumbrar una nación con educación para todos, con fuerzas de seguridad respetuosas del pueblo, con una clase productora que dé trabajo y reclame trabajadores, con salarios dignos, con un proyecto de redistribución de la riqueza que termine con el hambre, con autoridades que tengan la voluntad política de poner fin a la exclusión de muchos, con el acompañamiento de quienes, aún desde el disenso, tienen la obligación de legislar para todos, sin intereses mezquinos ni prebendas. Pensar una sociedad con estas características nos permitiría instaurar la idea de seguridad genuina y plena para cada ciudadano.
A los argentinos de hoy se nos impone el desafío de construir la utopía de una nación que avance, pero con todos, sin excluidos, ni hambrientos, ni marginados. Propongámonos un festejo con equidad, con respeto, con justicia social, con producción, en un marco de unidad latinoamericana.
Construir un bicentenario con estas características es una utopía. ¿Parece mucho? Y, bueno. Ninguna utopía pide poco.
Celebrar este bicentenario implica no sólo considerar la fuerza y la trascendencia social que puedan tener los festejos, sino también reflexionar sobre la memoria que su paso puede dejar. Una conmemoración se construye, y en una sociedad democrática se construye colectivamente.
Los festejos por estos 200 años debieran plantearnos la posibilidad de una utopía. Debieran ser el inicio, el punto de convergencia para los distintos sectores que, a diario, construyen la historia del país. Pero construir una historia supone conflictos y antagonismos.
Seguramente, en esta Argentina actual, unos quieren una cosa, y otros quieren otra. Por lo tanto, no todos van a proponerse celebrar lo mismo.
Es posible que el festejo de unos, sea la decepción de otros. Probablemente haya quienes no quieran festejar. Tal vez algunos añoren la grandilocuencia del primer centenario que, en realidad, fue la fiesta de unos pocos mostrada frente a los ojos de muchos desplazados.
Quizá sea un buen momento para proponernos un bicentenario alegre, pero sobrio y reflexivo. Sería bueno ver que este país cumple años y lo festeja con participación popular, ocupando deliberativamente los espacios públicos que nos pertenecen a todos, exigiendo a nuestra dirigencia las respuestas necesarias, promoviendo el espíritu crítico. Sería un logro de toda la sociedad que este segundo centenario fuera diferente del primero.
Ya no somos un pueblo inocente. Hagamos que este bicentenario nos permita vislumbrar una nación con educación para todos, con fuerzas de seguridad respetuosas del pueblo, con una clase productora que dé trabajo y reclame trabajadores, con salarios dignos, con un proyecto de redistribución de la riqueza que termine con el hambre, con autoridades que tengan la voluntad política de poner fin a la exclusión de muchos, con el acompañamiento de quienes, aún desde el disenso, tienen la obligación de legislar para todos, sin intereses mezquinos ni prebendas. Pensar una sociedad con estas características nos permitiría instaurar la idea de seguridad genuina y plena para cada ciudadano.
A los argentinos de hoy se nos impone el desafío de construir la utopía de una nación que avance, pero con todos, sin excluidos, ni hambrientos, ni marginados. Propongámonos un festejo con equidad, con respeto, con justicia social, con producción, en un marco de unidad latinoamericana.
Construir un bicentenario con estas características es una utopía. ¿Parece mucho? Y, bueno. Ninguna utopía pide poco.
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