domingo

Los duendes de la noche (que custodian en el frío su soledad). Escribe F.S.

Despedí a mi novia con un beso y emprendí mi itinerario de vuelta a casa, entre las diferentes alternativas que barajé, estaría la posibilidad de emprender el mismo en un remís, o hacer ejercicio y caminar…al fin y al cabo vacilé, y consideré más idóneo ésta ultima opción, después de todo ya estaba en la mitad del viaje.

“Hace mucho frío, estamos en invierno” me dije, vana tautología. Tan sólo una campera y una bufanda, como égida me custodiaban de las bajas temperaturas.

Adyacente a cada paso, la ciudad iluminada artificialmente con una fuerza tenue, hacía una amaurosis a cada paso destruyendo mi sombra.

Con volición, miré el reloj: 3:14 am, la fórmula Pi (según Arquímedes), pensé, ni ganas de reírme, “el frío quemaba” diría mi padre.

Seguí caminando, mi sombra y yo nadie más…esos fueron los primeros metros.

Cada paso me acercaba más a ellos, una pléyade clasificada según su estatus, desarrollando su actividad, algunos autónomos, otros acatando las ordenes del adalid.

Así pude ver al cartonero, con un caminar minucioso, como si tuviera un rostro bifronte a la víspera de ese pedazo de cartón que engrose en cifras diminutas su alcancía. Destino azaroso el del señor.

Seguí caminando y reflexioné, en mis anteriores relatos yo narraba y me describía transitando por Dorrego, muy tranquilo y recordando el pasado, ahora me pregunto: “¿qué destino me trajo hasta aquí?”, sin duda el presente.

Como el Rocinante pero sin el Quijote, y tirando de un sulqui asoman algunos niños que entre gritos y rebencazos aceleran la velocidad del equino, sentados sobre una caja, permutan su asiento con el cartonero, con restos de aquellas bolsas de residuos que aún el camión recolector no ha recogido.

Como en un autódromo y en su afán por llegar a destino el remisero da un bocinazo y apretando el acelerador deja atrás al sulqui, que entre algún corcoveo y vituperio esbozado por los jinetes continúa su marcha. “¿Quién lo apura?”, cavilé.

El canillita de cada esquina sostiene en sus manos y es poseedor del misterio que esconden las primicias del diario matutino y local.

Paso por la Iglesia, sobre la puerta yacen despiertos algunos transeúntes que jugando al faquir exigen alguna moneda, mi educación altruista me dice que debo ser aquiescente con su pedido, “Dios lo bendiga” me dicen, “Amén” les digo, como reza el preámbulo de mi madre…abusando de su confianza, invento un diálogo con ellos, les pregunto si no le sería más redituable, ingresar adentro; hace frío: titubeo al hablar, no me responden y sigo, claro la puerta está cerrada…su santidad también descansa de noche y bien calentito en su cama, me resigno a pensar.

3:38 marca el reloj, centímetros me separan de la puerta de entrada, ingreso, como un arlequín hago un juego de manos frente al calefactor, el calor que emana de él, no deja huellas del frío padecido afuera, sin duda las huellas quedan en otro lado, y pensar invita a reflexionar.

Así es la noche en la ciudad, en una ciudad propiamente dicha, esto es Bahía Blanca, “cuanto más numerosa sea la familia, más bocas para alimentar”, reza mi refrán…tan metafísico como difícil de comprender, de esto se trata… esto es la realidad.

Tomo un lápiz y es así que mis ideas y vicisitudes las transformo en papel y pienso, a modo de parábola o leitmotiv que sería bueno, seguir el ejemplo del señor del rostro bifronte, y aprender a mirar a los costados.

Por si no se entendió y para no pecar de criptográfico…me estaba refiriendo a los duendes de la noche, que custodian en el frío su soledad.

Sí me refería a la gente que trabaja de noche, mientras uno descansa “en paz” en su lecho. Una sentencia tan trivial como real.

Estoy algo abatido, termino de escribir este relato, apago la luz, y sí, no me queda otra que dormir…calentito y en una cama. “Vaya paradoja”, me digo.

No hay comentarios.: